Mauricio Vargas
El Tiempo, Bogotá
Diciembre 28 de 2009
La senadora Piedad Córdoba y sus compañeros de 'Colombianos por la paz' les han pedido a las Farc que se pronuncien sobre el secuestro y vil asesinato del gobernador del Caquetá, Luis Francisco Cuéllar. "Que digan si han sido ellos", ha reclamado la candidata al Nobel de la Paz. No es una inocentada, ni siquiera por tratarse de estas fechas. A mí me parece que es una ingenuidad de la senadora y de sus colegas de iniciativa, una ingenuidad rayana en el cinismo. ¿Que se pronuncien? Si ya lo hicieron, al estilo más propio de 'Alfonso Cano' y sus secuaces: matando. ¡Y de qué modo! Degollando a su víctima porque, según supone su hijo, el gobernador debió de negarse a caminar en la selva como se lo ordenaban estos terroristas.
Ah, se me olvidaba, que no son terroristas, aclaró ya hace mucho tiempo otro ingenuo-cínico, el ex candidato presidencial del Polo Democrático Carlos Gaviria. Él nos hizo ver con claridad la pequeña diferencia: las Farc no son terroristas, sólo que en ocasiones cometen actos terroristas, una sutileza que los demás mortales, en nuestra profunda estupidez, somos incapaces de entender. Por fortuna ya no está Gaviria al frente del Polo, y sus nuevas directivas han condenado el asesinato en un enérgico comunicado que, sin embargo, incurre en dos patinadas. La primera, no lo considera un acto terrorista. Y la segunda, les regala a las Farc un triunfo al decir que este crimen pone en duda la política de seguridad democrática del presidente Álvaro Uribe.
El Polo no es el único que lo ha dicho. A ese mismo festejo antiuribista se han unido otros. Las Farc están vivas, reclaman, frotándose las manos, los profetas del desastre. No se dan cuenta de que eso es justamente lo que le conviene a Uribe, porque si las Farc están vivas, entonces el votante colombiano promedio piensa que el Presidente debe quedarse cuatro años más para combatirlas, para terminar con la tarea que empezó hace ocho años, cuando, tanto en el país como en el exterior, el grupo guerrillero era considerado imposible de derrotar. Si las Farc han durado medio siglo, piensa ese votante, ni uno, ni siquiera dos gobiernos de Uribe bastan para acabarlas. Hará falta un tercero. Y es ahí donde furibistas y antiuribistas hacen causa común para terminar impulsando, unos porque lo quieren y otros de puro brutos, la segunda reelección del Presidente.
Pero hay que dejarse de pendejadas. Las Farc están más debilitadas y desmembradas que nunca. No están acabadas, pero han sufrido la mayor serie de derrotas militares de su historia. Además, están más desprestigiadas en el exterior que nunca: de ahí la condena casi unánime de la comunidad internacional ante el cobarde crimen de que fue víctima el gobernador Cuéllar. Pero que las Farc estén moribundas no quiere decir que sean incapaces de patalear. Al fin y al cabo, para cometer un acto de terror como este, basta media docena de criminales que actúen en el país mientras sus jefes gozan del refugio seguro que les brinda su cómplice y mentor, Hugo Chávez, en territorio venezolano.
Eso sí, el secuestro y posterior asesinato del gobernador del Caquetá demuestra que la batalla contra las Farc no ha concluido. Tan claro es el asunto que hasta el Departamento de Estado en Washington, menos afecto a Uribe desde que Barack Obama llegó a la Casa Blanca, salió a decir que seguiría apoyando al gobierno colombiano en su guerra contra los terroristas. Pero para ello no hace falta que Uribe se quede en la Casa de Nariño. El verdadero éxito de su política de seguridad democrática sería que otro distinto de él pudiese continuar la tarea. Y entre los candidatos presidenciales que están sobre el tapete, hay varios capacitados para hacerlo. Lo demás no son más que terquedades de los furibistas y torpezas de los antiuribistas.
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