sábado, 19 de diciembre de 2009

Nuestra Fuerza Pública

Editorial

El Nuevo Siglo, Bogotá

Diciembre 19 de 2009


Los finales de año siempre son épocas de reflexión y balances. Se suelen señalar a los personajes y hechos más destacados durante los doce meses. Obviamente los medios de comunicación se constituyen en un vehículo principal de esta clase de análisis. En esos cortes de cuentas que se están produciendo por estos días no deja de llamar la atención la cantidad de personas que en lugar de fijarse en las ejecutorias particulares de tal o cual personaje o dirigente, llaman la atención sobre la necesidad de que todo el país se detenga a valorar en su justa dimensión la labor que día tras día cumplen miles de hombres y mujeres que integran la Fuerza Pública y los distintos organismos de seguridad.


No se trata de una opinión minoritaria. Todo lo contrario, si algo han dejado en claro las últimas encuestas de percepción es que las instituciones militares y policiales siguen teniendo un alto grado de favorabilidad y reconocimiento entre la ciudadanía, lo que no significa que por esa vía se minimice la indignación, rechazo y exigencia pública de castigo drástico a un puñado de oficiales, suboficiales y personal de menor rango que faltando al honor y dignidad propios de la Fuerza Pública, terminan incurriendo en actividades delincuenciales o violatorias de los derechos humanos, las cuales, lamentablemente, se constituyen en una mancha a escala nacional e internacional. Afortunadamente la opinión pública ha logrado entender que esos desvíos criminales en la función castrense y policial no corresponden a políticas sistemáticas y estructurales de Estado, sino que hacen parte de hechos aislados, ya sea de uniformados en particular o de pequeños grupos de éstos.


En un comercial institucional que está al aire en varios medios de comunicación se ve a un integrante del Ejército, que en medio de los patrullajes en una zona selvática, se dirige a los televidentes y les dice que si bien no los conoce, está dispuesto a jugarse la vida por protegerlos. El mensaje no podía ser más claro y contundente: a esta hora miles de militares y policías se encuentran de servicio en todos los rincones del país, expuestos a muchos riesgos, pero sabedores de que de su esforzada función depende la posibilidad de que más de 40 millones de colombianos puedan pasar unas navidades y festividades de cambio de año en paz.


Otro de los ejemplos de la alta consideración institucional en que la opinión pública tiene al Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea y la Policía, se constata en el gran apoyo que año tras año logra la campaña de la cadena radial W para reconocer a los uniformados que han resultado heridos en combate y se encuentran hospitalizados. Tan valioso es el aporte millonario de reconocidas empresas y personalidades, como la donación de mil, dos mil o veinte mil pesos de personas que deciden, desde su apretada situación económica, poner su granito de arena para llevar un regalo a estos héroes de la Patria lesionados en cumplimiento del deber.


Más allá de los escándalos por hechos de corrupción, desviación criminal de las funciones y hechos delictuales aislados, que deben ser castigados con todo el peso de la ley, lo cierto es que hoy por hoy, como ha sido la constante en las últimas décadas, Colombia reconoce en su Fuerza Pública al conjunto institucional que todos los días se la juega para defender no sólo la vida y bienes de todos los habitantes frente a las múltiples amenazas delincuenciales, sino para garantizar el imperio de la ley y la sobrevivencia democrática.


El país se encuentra en la celebración del Bicentenario de la Independencia, gesta heroica en donde nuestros primeros hombres de armas lo dieron todo por la libertad. Así como hoy se rinde homenaje a esos próceres, igual reconocimiento debe ir a quienes a esta hora en campos y ciudades están dispuestos a darlo todo por la seguridad de todos.

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