Editorial
El Mundo, Medellín
Diciembre 20 de 2009
Lo que fracasó en Copenhague fue el discurso demagógico de Chávez y compañía, mientras que Obama dio una muestra de su liderazgo.
Que la Cumbre Mundial del Clima, auspiciada por Naciones Unidas, fue “un fiasco” y un “fracaso absoluto”; que el Acuerdo liderado por Estados Unidos “es el peor de la historia”; que el resultado de Copenhague “es un desastre para los pobres del mundo”; en fin, que “se enterraron los compromisos y los avances conseguidos en Kyoto” y todo lo que queda es “un acuerdo de mínimos”, que no obliga ni compromete a nadie.
Como cada quien habla de la fiesta según le vaya en ella, las críticas más feroces provienen del minúsculo grupo de derrotados – Chávez, Evo Morales, Daniel Ortega y Raúl Castro – a los que se sumó el sudanés Lumumba Stanislaus Di-Aping, el único de los africanos que se negó a firmar el documento final y quien además preside el G-77, que reúne a 130 países en vías de desarrollo, con el absurdo cargo de que el acuerdo “es producto de la misma ideología que llevó a los hornos crematorios a seis millones de personas en Europa”, lo que recibió un enérgico reproche de la inmensa mayoría de las delegaciones, una de ellas, la de Suecia, que dijo que “la referencia al Holocausto de judíos por cuenta de los nazis es, en este contexto, absolutamente despreciable”.
A nosotros nos parece que lo que fracasó en Copenhague fue el discurso demagógico que, como anotábamos el martes pasado, a propósito del intento de boicot por parte de un grupo de delegados africanos, encabezados precisamente por el sudanés Di-Aping – que por lo visto no tuvo éxito en su ánimo de suplantar al legítimo portavoz del grupo africano, el argelino Kamel Djemouai – pretende que las naciones avanzadas, por ser responsables del 95% de las emisiones contaminantes, tienen que asumir todo el peso de la responsabilidad del cambio climático y cargar con los inmensos costos de reducir sus efectos sobre el Planeta. Los compromisos del Protocolo de Kyoto, suscritos en la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 1997 y ratificados por 189 países, no se cumplieron sino en mínima medida, entre otras razones porque la mayor potencia industrial, EEUU, se negó a firmarlo con un argumento incontrovertible: porque no imponía obligaciones de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero a potencias emergentes como China, India y Brasil.
En Copenhague, en cambio, el Presidente Obama dio una muestra de su liderazgo, sacando esa Cumbre del pantano en que la habían sumido los demagogos, gracias a un acuerdo con los líderes de esas potencias emergentes, además de Sudáfrica, que si no pudo convertirse en mandato de Naciones Unidas, con carácter obligatorio y vinculante para todos los miembros de la comunidad internacional, fue por esa norma paralizante de que todo lo que allí se apruebe debe ser por consenso. De modo que si se aceptara el supuesto fracaso, los únicos responsables del mismo serían Chávez y compañía, ávidos de un fácil protagonismo. Pero no hay tal fracaso, empezando porque, por primera vez, Estados Unidos se compromete seriamente con el tema y, de paso, consigue que la reacia China haga lo propio, secundada por India, Brasil y Sudáfrica, aparte de que la Unión Europea terminó aceptando el acuerdo en todos sus términos.
Cuáles son las claves del Acuerdo. En materia de emisiones, los países "subrayan que el cambio climático es uno de los grandes retos de nuestro tiempo" y que hay actuar para "estabilizar la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera a un nivel que prevenga una interferencia antropogénica con el clima (...) por lo que el aumento en la temperatura global debería estar por debajo de dos grados centígrados". Para ello se comprometen a "cooperar para conseguir que las emisiones nacionales toquen techo lo antes posible". El acuerdo no incluye la concentración de CO2 necesaria -450 partes por millón- para ese objetivo, ni el año del máximo de emisiones, entre 2015 y 2020, según el IPCC, ni la necesidad de que las emisiones en 2050 sean la mitad que en 1990. Pero los países desarrollados "se comprometen a presentar objetivos de reducción de emisiones antes del 1 de febrero de 2010". "Estas reducciones y la financiación a los países en desarrollo será declaradas, medidas y verificadas" por las Naciones Unidas. Dice además que el “mundo en desarrollo” podrá "implantar medidas de mitigación" de emisiones que comunicarán antes de febrero de 2010. Estas acciones serán objeto de "declaración, medida y verificación nacional" y cada dos años informarán a la ONU y habrá un sistema de "internacional de consulta y análisis bajo guías claramente definidas que aseguren que se respeta su soberanía nacional". Las acciones financiadas con dinero internacional estarán sujetas a la supervisión normal de la ONU. Finalmente, se establece que “los países menos desarrollados y las pequeñas islas podrán realizar acciones voluntarias si reciben apoyo".
En cifras concretas, el compromiso colectivo de los países industrializados es el de aportar recursos nuevos y adicionales (a la ayuda al desarrollo) por una suma total de 30.000 millones de dólares, de los que Estados Unidos otorgaría 3.600 millones.
La Unión Europea ya había prometido destinar una partida de $US 10.600 millones para los años 2010, 2011 y 2012 y Japón anunció en Copenhague $US 11.000 millones para los tres años. Como dijo con fina ironía el presidente Obama, "Kioto era legalmente vinculante y a todo el mundo le pareció poco. Es importante avanzar en vez de tener palabras en un papel".
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