martes, 22 de diciembre de 2009

Delicado de salud

Editorial

El País, Cali

Diciembre 21 de 2009

Estados Unidos, el país más rico del planeta, el que posee la tecnología médica más avanzada, la nación que debiera ser un modelo global en el campo del servicio de salud pública, es, sin embargo, la única nación industrializada que no garantiza una cobertura universal de salud a su población. De hecho, allí existen 47 millones de ciudadanos sin seguro de salud y 25 millones con seguros insuficientes.

Pero, por paradójico que parezca, a lo largo de la discusión de las reformas al sistema de seguridad social en salud, en múltiples asambleas ciudadanas se han escuchado voces iracundas de sectores medios que condenan todo intento de ampliar la cobertura en salud si ello implica la creación de un seguro público.

Sin duda es el tradicional apego a la empresa privada, al firme convencimiento de que toda intervención del Estado en la economía resulta mal, más costosa y de inferior calidad, frente a las mismas iniciativas cuando son manejadas por particulares. Incluso, aunque la reforma propuesta está lejos de tener el alcance de sistemas como el canadiense o el francés, muchos, y no necesariamente pertenecientes a la oposición republicana, han motejado el empeño del presidente Obama de “socialista”, con toda la carga de desprestigio que la palabra tiene en Estados Unidos.

Pero lo cierto es que, de manera similar a como sucedió en el mundo financiero, en el caso de la salud pública la empresa privada fracasó y la Nación norteamericana presenta un balance deplorable en lo que respecta a su sistema de salud pública. Como lo manifestó el senador Harry Reid: “El sistema de salud pública en Estados Unidos está enfermo, así de simple. La clase media ve subir sus cuentas cada año en la misma medida en que recibe menos. Administrar la salud aquí cuesta cuatro veces más que en los demás países con desarrollo similar”.

Al igual que en el sistema financiero, el problema radica en el desmedido afán de lucro de los directivos y accionistas de las empresas aseguradoras de salud. Los seguros del ramo han subido tanto, que ya en las mesas de negociaciones entre trabajadores y empresarios se le dedica más tiempo a este aspecto que a las alzas salariales. Es claro que el estadounidense promedio no gana lo suficiente para costearse un seguro de salud de amplia cobertura y más de la mitad de las bancarrotas se han producido por las altas facturas en atención médica y compra de medicamentos.

Se ha llegado al absurdo de que en este riquísimo país, muchos prefieren viajar a naciones menos desarrolladas para realizar sus tratamientos, pues les resulta más económico, viaje y estadía incluido, que pagar un seguro de salud en su país.

Por ello el Gobierno estadounidense respira con algo de alivio al completar los 60 votos que necesita en el Senado para aprobar la reforma al sistema de salud, con el que se pretende la cobertura universal en salud, abaratar los costos de los servicios médicos y hospitalarios, y subsidiar a los menos pudientes. Y aunque Colombia tiene otras características, no sobra recordar que la contradicción entre utilidades y necesidades nacionales también tiene al borde del colapso nuestro sistema.

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