Mauricio Botero Caicedo
El Espectador, Bogotá
Diciembre 20 de 2009
En la anterior columna se señaló que la bomba poblacional había sido desactivada por una serie de factores, principalmente de índole económico.
La pirámide poblacional en los países en vías del desarrollo ha pasado a ser una especie de tonel (ancha en la cintura y más estrecha en las extremidades), y una pirámide invertida en los países más desarrollados. Las consecuencias de estos cambios, concretamente en lo que a seguridad social y mercado laboral se refiere, son sustanciales.
La seguridad social en el mundo es (con la posible excepción de Noruega y unos tres países más) una enorme pirámide: el Estado recoge los aportes de los trabajadores y utiliza estos recursos para pagarles las pensiones a los que han dejado de trabajar: a los primeros se les paga con los aportes de los últimos. Para poder cubrir las pensiones de nuestros hijos, el Estado confía en que va a poder exprimir a nuestros nietos. A la hora de la verdad entre la seguridad social y las pirámides financieras de don Madoff y don Murcia no hay diferencias sustanciales, aparte de que la seguridad social (al ser una pirámide estatal) se arropa en un cuestionable manto de legalidad. Las pirámides se sostienen cuando la base es amplia y la cúspide estrecha, pero cuando se reduce la base y se amplía la cúspide, se avecina una catástrofe. Y para evitarla, los países tienen que adoptar reformas para disminuir las erogaciones y aumentar los ingresos, como el aumentar la edad de retiro y las semanas de cotización. Paralelamente es necesario disminuir los beneficios económicos de los pensionados, o aumentar los impuestos. Ambas alternativas, en época de crisis, son políticamente incorrectas (Noruega utilizó las regalías del petróleo para “fondear” en su totalidad las obligaciones pensionales. Colombia, en vez de permitir que algunos pocos municipios despilfarren con impunidad esas regalías, debería seguir el ejemplo noruego).
El segundo factor que los países con una pirámide invertida van a enfrentar es no disponer de trabajadores suficientes para generar los bienes y servicios que su población —cada día más vieja, pero con mayor poder adquisitivo— estará demandando en todos los campos, pero especialmente en la salud. Los países desarrollados se verán en la necesidad de incentivar inmigraciones masivas y empezarán a ofrecer cuantiosos incentivos monetarios que logren inducir a los trabajadores de los países en vías al desarrollo a migrar; hacía el 2020 se impondrán importantes cambios migratorios hacia los países que puedan ofrecer los mayores incentivos económicos. Para los países en vías de desarrollo va a existir un enorme potencial de exportar capital humano: las remesas se han convertido para muchas de estas naciones en la principal fuente de divisas, divisas que como el café entran de forma directa al bolsillo de los familiares que son y siempre serán un agente económico más acertado que el Estado.
Pero el problema de fondo es que a medida que los pobres se vuelvan ricos, la presión sobre el medio ambiente puede llegar a ser insostenible, tema que se tratará en el próximo artículo.
Apostilla: Ojalá se logre atajar en el Congreso una nueva vagabundería (denunciada por los senadores Rodrigo Lara y Alfonso Núñez) asociada con el Runt, que consiste en entregarles, por ley, un negocio de $23.000 millones a los mismos concesionarios que han sido incapaces de poner en funcionamiento la plataforma de unificación de registros.
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