Sergio Muñoz Bata
El Tiempo, Bogotá
Diciembre 22 de 2009
En dos continentes y por partida doble, a Barack Obama le llegó por anticipado su regalo de navidad. En Copenhague (Dinamarca), y a última hora, Obama logró negociar un acuerdo "significativo aunque insuficiente", que busca reducir la emisión de gases de efecto invernadero, pide esforzarse por que la temperatura de la tierra no sobrepase los dos grados centígrados y promete ayuda a los países pobres para combatir el calentamiento global. Y aunque el acuerdo no es lo que el mundo anhelaba y los defensores del medio ambiente querían y esperaban, hubo un avance. En términos políticos, por otro lado, demostró que Obama puede trabajar al lado de países desarrollados y emergentes en la búsqueda de soluciones, y encabezar la negociación para que, como dijera el propio Obama, "por primera vez en la historia, todas las grandes economías acepten juntas su responsabilidad para hacer frente a la amenaza del cambio climático".
Y mientras Obama negociaba el acuerdo en Copenhague, en Washington la mayoría demócrata en el Senado lograba los 60 votos necesarios para prevenir el filibusterismo republicano y virtualmente asegurar la aprobación en el pleno de su proyecto de ley de reforma sanitaria.
De antemano se sabe que ni la versión del Senado, ni el aprobado por la Cámara de Representantes en noviembre, ni el que resulte una vez que se reconcilien las dos versiones, cumplen el anhelo del Presidente, pero lograr la reforma del sistema de salud que sus antecesores no pudieron alcanzar en un siglo de intentos es una hazaña histórica.
Una vez aprobada, la ley posibilitaría que unos 30 millones de personas tengan algún tipo de seguro médico garantizado. Por primera vez, los adultos pobres tendrán seguro y quienes lo requieran recibirán ayuda del gobierno para pagarlo. Se impedirá que las compañías de seguros les nieguen cobertura a quienes padecen de enfermedades y se intentará reducir la escandalosa espiral de costos en el sistema.
Desafortunadamente, la oposición de los republicanos ha impedido que se discuta la posibilidad de darles cobertura de salud a los trabajadores indocumentados.
Entre las virtudes de ambos proyectos de ley está la existencia de programas piloto para analizar tratamientos, descartar los que no funcionan y reproducir los que sí funcionen. También se prevé adoptar nuevos métodos de pago, mucho más racionales, a los proveedores de salud en vez del sistema actual, que propicia el abuso.
Con un cinismo que ronda la perversidad, los republicanos han descrito como pírricas las victorias de Obama y dicen que ni Copenhague ni la reforma sanitaria mejorarán la imagen del Presidente con los votantes independientes ni le darán nuevos bríos a la base del Partido Demócrata porque lo que la ciudadanía quiere es que la economía retome el rumbo. ¿Y quién fue, habría que preguntarles, quien descarriló una economía que el anterior presidente, demócrata por cierto, había dejado en perfecto estado y hasta con un impresionante superávit?
Más aún, a pesar del oneroso legado de George W. Bush, la economía que Obama recibió al borde de la depresión, hoy empieza a recuperarse, aunque el desempleo sigue siendo preocupante. Y los bancos, que por su avaricia e incompetencia estuvieron al borde de la quiebra, hoy se recuperan gracias a los préstamos que el Gobierno les otorgó.
Tampoco tiene razón el liderazgo demócrata cuando intenta convencernos de que en su primer año de gobierno Obama ha tenido logros espectaculares. Es cierto, sí, que ha logrado que se apruebe una legislación que expandió el cuidado de la salud de los niños pobres y otros logros pequeños, pero, en general, los resultados han sido magros.
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