viernes, 18 de diciembre de 2009

La lucha de México

Editorial

El País, Cali

Diciembre 18 de 2009


Como le ocurrió a Colombia en diciembre de 1993, cuando las autoridades dieron de baja a Pablo Escobar, hoy México muestra alivio y a la vez temor por la muerte de Arturo Beltrán Leyva, el más poderoso de los jefes del narcotráfico en ese país. Se está repitiendo entonces una historia que muestra una y mil veces la capacidad de amenazar la vida y la institucionalidad que posee el negocio de las drogas ilícitas.

El golpe asestado por la Marina de Guerra mexicana tiene una trascendencia similar a la que tuvo el final de quien comandara el cartel de Medellín y se convirtiera en el terrorista que más daño le ha causado a nuestra Nación. En el caso de Beltrán, conocido como ‘Jefe de jefes’, su trayectoria no era muy distinta. Si bien la estructura política y regional de México le sirvió para sembrar un hasta hace poco sólido imperio de terror respaldado por la corrupción de muchos policías y funcionarios de todos los niveles, esa estructura no está muy lejos de lo que las organizaciones de narcos montaron en nuestro país.

Y ni siquiera el hecho de que al final de su criminal carrera Beltrán hubiera ordenado una limpieza social para conseguir la complicidad que buscaba dentro de la gente puede diferenciarlo de lo que ocurrió aquí. Similar estrategia fue usada en Colombia por Escobar, regalando casas y beneficios para personas humildes, mientras ordenaba el asesinato de policías, secuestraba dirigentes públicos, mataba periodistas y sembraba bombas en cualquier parte para aterrorizar a la Nación. La idea era la misma: forzar una negociación que les perdonara sus culpas y les evitara responder por sus crímenes.

Hoy, México vive la conmoción propia de un hecho que tiene sus orígenes en la decisión del Estado de no negociar con las organizaciones narcotraficantes y confrontarlas sin cuartel. Y, pese al resultado alcanzado hasta ahora, aún reina el pesimismo sobre las posibilidades de eliminar el imperio del crimen montado por años de convivir con él y por décadas de hacerse los de la vista gorda frente a la desvergonzada y abrumadora corrupción que penetró todos los niveles de Gobierno.

Este golpe contra el ‘Jefe de jefes’ es entonces una demostración de la voluntad de las autoridades para enfrentar el narcotráfico. Y aunque demorado, puede convertirse en el punto de inflexión contra un fenómeno cuyas características y secuelas son idénticas en todas partes. Pero también, y como lo temen los mexicanos, puede producir reacciones desesperadas y crueles donde la gente del común sea víctima del terrorismo indiscriminado con el cual pretenden doblegar la voluntad de luchar contra los criminales.

Con las diferencias obvias, México está recorriendo lo que Colombia ha padecido en las últimas tres décadas. Quizá la distinción está en que aquí las Farc relevaron a los carteles en el rol de jefes del narcotráfico y el paramilitarismo fue la respuesta que permitió a los delincuentes comunes mantener el control en algunas zonas. Pero lo cierto es que las dos naciones continuarán padeciendo sus secuelas, hasta tanto los países consumidores sigan siendo permisivos y tolerantes con el consumo y las fortunas que genera.

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