Robert B. Zoellick *
El Tiempo, Bogotá
Diciembre 20 de 2009
WASHINGTON, D. C. El 2008 será recordado como un año de agitación extraordinaria. La crisis financiera se originó en los talones de las crisis de alimentos y de combustible. Ahora el mundo está en medio de una crisis económica que desencadenará muchas pérdidas de empleos. Prácticamente ningún país ha salido indemne. Estamos entrando en una nueva zona de peligro, con mayores peligros para las exportaciones y la inversión, para el crédito, los sistemas bancarios, los presupuestos y las balanzas de pagos. En el 2009, tal vez presenciemos la primera caída del comercio global desde 1982.
Como siempre, los pobres son los más indefensos. Para los países en desarrollo, las condiciones de crédito más ajustadas y el crecimiento mucho más débil se traducen en que los gobiernos están en peores condiciones de satisfacer los objetivos de educación y salud, y de invertir en la infraestructura necesaria para sostener el crecimiento. Las remesas se están agotando. Ya 100 millones de personas se han visto arrastradas a la pobreza como resultado de los elevados precios de los alimentos y el combustible, y las estimaciones actuales sugieren que cada 1 por ciento de caída en las tasas de crecimiento de los países en desarrollo arroja a otros 20 millones de personas a la pobreza.
Los países están intentando romper el congelamiento del crédito, apuntalar a las instituciones financieras, aliviar las tasas de interés, fortalecer las redes de seguridad y revivir el consumo y la inversión para fomentar los negocios, permitir que la gente tenga trabajo y sentar las bases para un crecimiento futuro. Estos pasos serán más efectivos si los países actúan en concierto, respaldándose mutuamente. El nacionalismo económico que busca ganancias a partir de las desventajas de los demás dará lugar a peligros aún mayores. Los desafíos globales exigen soluciones globales.
En octubre, hice un llamado a que se modernizara el multilateralismo y los mercados de manera que reflejaran mejor la economía mundial cambiante y permitieran que los países actúen en concierto para resolver los problemas interconectados. Mirando más allá del viejo sistema del G-7, necesitamos una estrategia del siglo XXI para el multilateralismo, a través del dinamismo de una red flexible, no de nuevas jerarquías en un sistema fijo o estático.
El nuevo multilateralismo debe maximizar las fortalezas de los actores e instituciones interdependientes e imbricados, tanto públicos como privados. Debería ir más allá del interés tradicional en las finanzas y el comercio, para incluir otras cuestiones económicas y políticas apremiantes: desarrollo, energía, cambio climático y estabilización de los estados frágiles y que han sufrido conflictos. Debe reunir a las instituciones internacionales existentes, con su experiencia y recursos, para implementar las reformas necesarias y alentar la cooperación efectiva y la acción común.
El multilateralismo, en el mejor de los casos, es un medio para la solución de problemas entre los países, ya que el grupo que está sentado a la mesa está dispuesto y en condiciones de emprender una acción constructiva en conjunto. Necesita extraer su fuerza -y su legitimidad- tanto de una participación más amplia como del logro de resultados. La cumbre del G-20 de noviembre, por primera vez, trajo a la mesa a potencias en ascenso como participantes activos para resolver la crisis financiera global. Ellos acordaron una buena agenda, pero la verdadera prueba residirá en lo que se haga después.
Es un paso positivo que los líderes de las principales economías desarrolladas ahora se reúnan con los líderes de las potencias económicas en ascenso. Pero los países en desarrollo más pobres no deben ser dejados afuera a la intemperie. No solucionaremos esta crisis, ni implementaremos soluciones sustentables a largo plazo, si aceptamos un mundo de segunda clase. El objetivo debe ser forjar una globalización integral y sustentable.
Hoy se están invirtiendo billones de dólares en un rescate financiero en el mundo desarrollado. En comparación, actualmente se dedican unos 100.000 millones de dólares al año en ayuda al exterior. Necesitamos un rescate "humanitario" además de un rescate financiero. En este contexto, el compromiso global para ofrecer asistencia para el desarrollo a los países más pobres debe ser primordial.
En el Grupo del Banco Mundial, estamos aumentando nuestro respaldo financiero a quienes lo necesitan. Estamos acelerando el proceso de otorgamiento de préstamos y créditos a largo plazo sin interés a los 78 países más pobres del mundo, la mitad de ellos en África. Los donantes el año pasado se comprometieron a entregar 42.000 millones de dólares en tres años para el Fondo del Banco Mundial para estos países, la Asociación para el Desarrollo Internacional (ADI). Este dinero es vital si queremos cumplir con los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Por otra parte, el brazo de préstamo del Banco para los países en desarrollo, el Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo (BIRD), podría efectivizar nuevos compromisos por más de 35.000 millones de dólares este año fiscal -casi el triple que el año pasado- y más de 100.000 millones de dólares en los próximos tres años. Este incremento apunta a proteger del daño a los más pobres y los más vulnerables, a respaldar a los países que enfrentan problemas de empréstitos debido a los mercados de crédito quebrados y a ayudar a sustentar las inversiones de las que dependen la recuperación y el desarrollo a largo plazo.
Nuestro brazo para el sector privado, la Corporación Financiera Internacional (IFC, tal su sigla en inglés), está lanzando o expandiendo tres instalaciones para ayudar al sector privado, que se espera se expandirá a un total de unos 30.000 millones de dólares en los próximos tres años. Encararán los problemas de alta prioridad que han surgido en los últimos meses: la expansión de las finanzas comerciales, la recapitalización de los bancos en los países más pobres y el sustentamiento de la inversión en infraestructura ayudando a aquellos proyectos viables que enfrenten una crisis de liquidez.
Al mismo tiempo, continuaremos con nuestros esfuerzos especiales para contrarrestar la desnutrición y el hambre, y para suministrar energía a los pobres. Nuestro recientemente lanzado Fondo de Inversión en Clima de 6.000 millones de dólares combinará experiencia práctica con tecnología, forestación y adaptación para respaldar las negociaciones de las Naciones Unidas sobre cambio climático, y para ayudar a los países en desarrollo.
Mientras el mundo se esfuerza por salir de la crisis financiera y del foso económico de hoy, necesitamos mirar más adelante en el futuro. Las crisis de hoy reflejan la velocidad relámpago de un mundo interconectado. Los factores que produjeron esta globalización ofrecen grandes oportunidades para superar la pobreza, aumentar las oportunidades y abrir las sociedades. Pero necesitaremos un nuevo multilateralismo para expandir la disponibilidad de estos beneficios para que lleguen a todos.
* Robert B. Zoellick es presidente del Grupo del Banco Mundial. Copyright: Project Syndicate, 2008. Traducción de Claudia Martínez
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