Vicente Torrijos
El Nuevo Siglo, Bogotá
Diciembre 22 de 2009
Muchos comunistas, liberales y conservadores corviflojos están desencantados porque su salvador ideológico, Barack Obama, les ha devuelto a la realidad dándoles una incómoda lección de pragmatismo.
Yuppies de izquierda, conservadores candorosos, y liberales asistencialistas no sólo en los Estados Unidos, sino, principalmente, en estas tierras nuestras, pensaron que el nuevo Presidente norteamericano refundaría las relaciones internacionales como si, de la noche a la mañana, ese híbrido que habían creado en su imaginario político, pudiera darles la razón a todos, desde Lula hasta Mahmud, pasando por Zapatero, Fidel, El Chacal y Muhamar.
Incluso, los miembros del Comité Nobel pudieron pensar que si le otorgaban el Premio al nuevo ocupante de la Casa Blanca, obtendrían una victoria temprana porque al imponerle un mandato lo estarían condicionando para que emprendiera quién sabe qué tipo de iniciativas pacificadoras, sólo presentes en sus noches de insomnio.
Iniciativas, en todo caso, ‘revolucionarias’, que sumadas a las mencionadas más arriba, sólo podían configurar una especie de collage deforme y retorcido, mezcla de idealismo, ilusionismo y malabarismo político.
Dicho de otro modo, ese engendro ideológico en el que estaban convirtiendo a Obama se componía del fervor humanitario del PSOE para negociar con los piratas del cuerno africano y ceder ante Al Qaeda, del encanto retórico del Socialismo Bolivariano del Siglo XXI, de la vocación tercermundista de Ahmadineyad, de la conciencia histórica de los pueblos encarnada en Fidel Castro, y de la mágica sensibilidad social de Lula da Silva para maquillar a la pobreza y la miseria.
Pero, discreto y responsable, comprensivo pero riguroso, Obama acaba de dejarles claro a todos estos ideólogos del hipismo-leninismo que las naciones, actuando de manera concertada, pero, incluso, en forma individual, encontrarán no sólo necesario sino moralmente justificado el uso de la fuerza cuando se trata, por ejemplo, de castigar a quienes promueven, representan o patrocinan el terrorismo.
Y como no se trata de leer a Obama editando su pensamiento de acuerdo con las conveniencias, ni él mismo es un pensador que nos demande apasionadamente tanto esfuerzo, lo que queda claro es que, al menos en su conducta como gobernante, a él no le temblará el pulso para reconstruir la democracia en Honduras, amargarles el diario vivir a los talibanes o a los ejércitos de Dios, y quitarles el sueño a los dirigentes del Movimiento Continental Bolivariano.
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