Eduardo Escobar
El Tiempo, Bogotá
Febrero 23 de 2010
Colombia ha estado parca en la conmemoración del cincuentenario del fallecimiento de Albert Camus en un accidente de carretera a los 47 años. La prensa europea ha sido más pródiga con ese hombre que recibió el Nobel de Literatura a los 44, y fue uno de los protagonistas más agudos y razonables del gran drama del pensamiento en el siglo XX, en la gran diatriba del tiempo desgarrado de la guerra fría entre dos imperios inclementes, las utopías sin corazón, el terror sacralizado de Bakunin y Lenin y demás hijos bastardos de Hegel, y los estertores de unas virtudes en franco desprestigio después del sainete de la muerte de Dios por Nietszche y de la requisitoria de Marx contra los filósofos en cuanto sirvientas de la teología. Marx ignoró que fundaba una nueva iglesia con vocación de panadera al destronar el Absoluto para deificar la masa. Nietszche sería instrumentalizado por pandillas de delirantes.
Corro el riesgo de convertir la literatura, incluida la rama espinosa de los filósofos, en un juego de jerarquías equivocas, pero es imposible mencionar a Camus sin evocar el nombre de Sartre, otro pensador ineludible en la crónica de la posguerra europea, otro testigo de excepción del tiempo crítico del ascenso de los fascismos de izquierda, el experimento de Cuba al cual dedicó su libro Huracán sobre el azúcar, el de las guerrillas latinoamericanas y las agitaciones estudiantiles que hicieron de nuestra juventud una justa de quijotes variopintos y un poderoso debate que no termina, aunque ya parece inútil en una época sin piedad, cuya racionalidad es la codicia, la acumulación del carácter anal, inmune a toda nobleza y que en consecuencia convirtió el planeta en estercolero.
Las circunstancias, la política y la guerra unidas al talante de cada uno, o el destino como le hubiera gustado decir a los dos, hicieron que Sartre y Camus, amigos entrañables por 10 años, terminaran enfrentados. Y la confrontación de las ideas resquebrajó la amistad. Fue célebre la polémica Sartre-Camus que el mundo siguió como un encuentro de púgiles esos años felices aunque intrincados cuando los pensadores disputaban el interés de la opinión a los idolillos de la farándula. Luego el meridiano cultural de la Tierra pasó del París de Picasso y Duchamp al Nueva York de Jaspers Johns y Warhol y cambió la gloria del buen humor por el mero ingenio y el oportunismo de los 15 minutos de fama.
La muerte precoz de Camus dejó a Sartre solo en la palestra como crítico de su época conflictiva. Camus, menos que olvidado, pasó a ocupar un lugar discreto en el olimpo de la cultura occidental mientras Sartre siguió en el centro, o en la extrema, de los más graves acontecimientos políticos del siglo, y cuando la revelación de los terrores de la tiranía estalinista que Camus señaló anticipándose, y la conciencia de Occidente no pudo negar ya la catástrofe humanitaria que representó el comunismo soviético, siguió prestando su concurso a los maoístas franceses, hecho un anciano venerable y patético.
Con los años, los dramas y novelas de Camus aún se leen con placer mientras los de Sartre se ajaron con la probable excepción de La náusea. Y sobre todo el pensamiento de Camus sigue vigente, triunfante sobre su entrañable adversario. Es paradójico que el burgués parisino Sartre creyera que existe un terror revolucionario legítimo y un terror burgués execrable, y que Camus, surgido de una familia argelina pobre, más cerca de la vida que de los dogmas, del sentimiento que de las fantasías de la academia, y de Montaigne que de Voltaire, tuviera la razón al profetizar que la independencia de Argelia exacerbaría los sufrimientos de la colonia francesa, y que el terror revolucionario mostraría para nosotros su rostro metafísico, la perversión de la verdad. En un ensayo dijo sin ambages algo que ya sabemos por amarga experiencia: que quien mata o tortura acepta una sombra en su victoria, y no puede sentirse inocente y, por tanto, debe cargar su culpabilidad sobre su víctima.
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