Eduardo Posada Carbó
El Tiempo, Bogotá
Febrero 26 de 2010
Chile ha sido el país latinoamericano de mayores éxitos en la llamada "tercera ola democrática". Así lo demuestran diversos indicadores económicos y sociales de la región. Reconocer esta realidad no representa problemas ni debe generar controversias. Encontrarle explicación, sin embargo, es otra historia, una historia que tendría que interesar a todos en el continente.
Para algunos, los éxitos chilenos contradicen la lógica de las teorías sobre la gobernabilidad democrática. Según Peter Siavelis, profesor de la Universidad de Wake Forest, el arreglo institucional chileno desafía predicciones teóricas. En particular, señala la existencia de un sistema multipartidista, combinado con un presidencialismo exagerado y un legislativo débil entre los componentes de un arreglo institucional poco prometedor. Tendría que haber conducido a constantes fricciones entre el Ejecutivo y el Congreso, a la parálisis, y hasta el quiebre democrático. ¿Por qué pudo entonces la Concertación lograr tan buenos desempeños?
Siavelis encuentra parte de la respuesta en una serie de "instituciones informales", definidas como "reglas socialmente compartidas, por lo general no escritas, que han sido creadas, comunicadas y puestas en práctica por fuera de los canales oficiales" (Gretchen Helmke y Steven Levitsky, eds., Informal Institutions and Democracy. Lessons from Latin America: 2006).
Tales instituciones son ampliamente conocidas en Chile con los nombres del "cuoteo", el "partido transversal" y la "democracia de los acuerdos". Mientras las dos primeras involucraron tan solo a los partidos de la Concertación, la tercera requirió la presencia de la oposición.
Lo más parecido al "cuoteo" entre nosotros sería la tan despreciada "milimetría burocrática" que practicaron los presidentes del Frente Nacional. El "cuoteo" bajo la Concertación fue la manera de distribuir satisfactoriamente el poder entre los partidos de la coalición gubernamental: los viceministerios, por ejemplo, quedaban por lo general en manos de un partido distinto del de los ministros. También hubo cuidado en respetar el "cuoteo" al seleccionar candidatos a las listas de Congreso, con el fin de garantizar la participación de los distintos partidos y facciones de la coalición.
Como "partido transversal" se llamó a la "red informal" de líderes de la Concertación que permitió darles unidad a sus gobiernos. Fue instrumental para la aprobación de leyes en el Congreso.
Pero esto no hubiera sido posible sin la "democracia de los acuerdos". Su arquitecto original fue Patricio Aylwin, primer presidente de la Concertación, cuyos partidos no contaban con una mayoría en el Congreso. Aylwin promovió entonces una inteligente política de consenso, a través de "negociaciones informales" y consultas con la oposición e importantes sectores sociales. Según Siavelis, la "democracia de los acuerdos" sirvió para evitar "posibles conflictos desestabilizadores" que hubiesen conducido al regreso del autoritarismo militar. Propició, en cambio, un ambiente favorable a la consolidación democrática, con ejemplares resultados.
La "democracia de los acuerdos" no estuvo libre de críticas. Se le acusa de elitista, o de plantear limitaciones a la misma democracia. Siavelis reconoce tales problemas. No obstante, defiende su papel positivo: junto con las otras dos "instituciones informales", contribuyó a los buenos éxitos de Chile en las últimas décadas. Tras reconocer sus valores, el nuevo presidente, Sebastián Piñera, ha propuesto renovarla.
Más allá de la validez de la explicación ofrecida por Siavelis, la experiencia chilena sirve para reiterar una lección elemental: el buen funcionamiento de las democracias presupone unos acuerdos políticos y sociales básicos. Los consensos para la gobernabilidad democrática no excluyen el debate. Sobre todo, hay que entender que mientras mayor sea la amenaza, más necesaria es la "democracia de los acuerdos".
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