domingo, 28 de febrero de 2010

Lo que está en juego tras el fallo de la CC

Eduardo Mackenzie

Colombian News, París

27 de febrero de 2010

Mi admiración por el presidente Álvaro Uribe es más grande que nunca. Su declaración de ayer pasará a la historia como un modelo luminoso de respeto del Estado de Derecho, de las instituciones legalmente constituidas y de la democracia. Y como una declaración de amor a Colombia.

Álvaro Uribe reaccionó con altura, inteligencia y generosidad ante el veredicto de la Corte Constitucional sobre la ley del referendo. Cuánto deben lamentar en estos momentos los demagogos que llegaron un día a equiparar al presidente Uribe con el jefe de la revolución bolivariana quien pasó, no lo olvidemos, por encima de su propia Constitución y de su pueblo, pues éste se atrevió a decirle no en un referendo memorable.

Lo de ayer no es sólo un triunfo del Estado de Derecho. Es también el triunfo de un gobierno de Derecho y de un pueblo de Derecho. Los colombianos han acatado y cumplido, como su Presidente, la decisión de la Corte Constitucional, a pesar de que aquella no refleja la desiderata de las amplias mayorías. Con tal ejemplo de disciplina y serenidad, Colombia se distingue así, de manera inequívoca, del aventurerismo político e institucional que avanza, de manera desigual, en otros países del continente latinoamericano. Hay en esto como un ejemplo para todo el mundo, quien ve con estupor cómo el llamado “nuevo constitucionalismo”, engendro antiliberal, trata de dar coherencia al desmonte brutal de la democracia en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua.

Siete de los nueve magistrados de la CC, tras dos semanas de deliberaciones, declararon inexequible la ley del referendo reeleccionista. Sin cuestionar esa sentencia, pues lo que ésta decidió debe ser y fue, en buena hora, respetado, es necesario decir esto: es innegable que ese fallo, al lado de las necesarias consideraciones jurídicas, porta una dosis de cálculo político. Un veredicto de tal trascendencia no podía estar exento de eso. La primera pregunta es: ¿cuál fue la proporción entre lo uno y lo otro? La segunda es: ¿la construcción del referendo fue ilegal? A pesar del fallo respetable de la CC, la unanimidad frente a esto último es ahora imposible. La Procuraduria General de la Nación, al examinar el trámite de esa ley, distinguió sabiamente entre lo accesorio y lo fundamental, entre lo técnico y lo substancial, y emitió un concepto favorable al referendo. La CC se apartó de ello. Era ese su derecho y su voz es concluyente. Empero, la lectura de la sentencia final y completa de la CC será indispensable y el debate que ella suscitará será legítimo y apasionante. La historia dirá un día si el fallo del 26 de febrero de 2010 fue verdaderamente protector de la sociedad abierta que hemos construido los colombianos.

Lo que cuenta ahora es preservar un legado, una filosofía política, un cuerpo específico de doctrina que le permitió al país, en estos últimos ocho años, preservar las libertades, avanzar considerablemente, por primera vez en muchas décadas, en materia de seguridad, de prosperidad y de paz.

El pueblo uribista sabrá encontrar el candidato presidencial más apto para encarar con éxito los candentes desafíos de la Colombia de hoy. Ese candidato es, en mi opinión, Juan Manuel Santos. El ex ministro de Defensa sabe, verdaderamente, qué son las Farc, cómo proseguir y culminar su desmantelamiento definitivo y cómo desbaratar la telaraña de siniestros apoyos que se activan en el hemisferio. Pues con las Farc en el horizonte, aunque estén debilitadas, Colombia no tendrá paz, ni prosperidad, ni independencia. Con las Farc habrá siempre narcotráfico y bandas armadas, anti Farc y de todo tipo, y violenta propaganda anticolombiana en el exterior. En la corta campaña que se abre, los electores, sin duda, dejarán a un lado a aquellos candidatos que todavía no saben, ni quieren saber, qué son las Farc, qué le han hecho éstas al país, y qué están preparando con sus invitaciones hipócritas a que el poder regrese a la utopía caguanera que hizo de Colombia un país fallido entre 1998 y 2002.

El nuevo presidente deberá culminar el programa de seguridad democrática del presidente Uribe, con los métodos del presidente Uribe, gústele o no a las minorías violentas y al despótico régimen de Caracas. Pero eso no será todo. Deberá revigorizar el cansino aparato diplomático, para lograr unos pactos multilaterales que protejan nuestros intereses económicos, políticos y culturales no sólo a nivel hemisférico sino mundial.

La formidable dinámica creada por los dos gobiernos de Álvaro Uribe no puede ser entrabada. Nuestras libertades y todo lo que nos es precioso, están en juego.

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