Alexander Cambero
El Tiempo, Bogotá
Febrero 23 de 2010
La salida de Alberto Federico Ravell de la dirección del canal de noticias Globovisión es un golpe noble contra la libertad de expresión y deja abierta una profunda incertidumbre con respecto al último bastión del periodismo libre en el ámbito audiovisual.
Al parecer, las reiteradas presiones del gobierno revolucionario aflojaron los esfínteres de algunos directivos, que piensan más en los negocios que en la suerte futura de la nación. Se dejaron tentar por la propuesta del abominable hombre de Miraflores, quien no soporta la valiente línea editorial que desenmascara los múltiples desmanes que cometen Hugo Chávez y su séquito de saqueadores del erario público.
Los dos comunicados del canal, reafirmando su carácter de decidido defensor de los principios democráticos, son dramáticamente escuetos con un sesgo de miedo en una redacción con poco arrojo para abrirle esperanzas a la gente. Seguramente quien escribió la declaración a la opinión pública lo hizo con la mente confusa por el momento en donde las oscuras manos del gobierno estiran la cuerda. El oculto tinterillo del régimen se mueve en la trastienda de la miseria humana. Para la gestión revolucionaria, Alberto Federico Ravell era un adversario temible que desnudaba las flaquezas del gobierno. Su temple atizado en el yunque de una familia dedicada con denuedo a luchar por los valores democráticos lo hacían una pieza insobornable. Un luchador contra todos aquellos bandoleros que creen que sus desventuras merecen la perennidad del bronce.
La salida del polémico hombre de medios es la victoria de los maleantes que, encabezados por la inefable Lina Ron, destrozaron en numerosas oportunidades la sede del canal. Es la rendición ante los numerosos recursos amañados que están en los tribunales en la búsqueda del cierre definitivo, son incontables las veces en que la justicia podrida del chavismo movió sus tentáculos para socavar las bases de sustentación económica de Globovisión. Los abultados maletines descansan felices en las manos de los malandros de cuello rojo. Ahora podrán robar conciencias sin correr el riesgo de ser descubiertos.
Al parecer, esos encuentros oscuros de la presión al límite hicieron que algunos bajaran la guardia, quizás en desmedro de la mayoría de los venezolanos que los sintoniza como una vía para lograr cierto equilibrio.
El ciudadano común debe estar alerta. Si observamos un subrepticio cambio en la denominada línea editorial ya entenderíamos que los colmillos de Drácula infectaron la sangre del pensamiento libre. Si el rostro de Hugo Chávez y sus múltiples artimañas comienzan a robarle espacio a la denuncia contundente, estaremos escribiendo el boceto triste de la renuncia a la vida. Asimismo, si caen en temas triviales de contenido zonzo, ya sabremos que la maquinaria del gobierno tomó por asalto a la única rendija que se ofrece en la parrilla televisiva. Presentar nimiedades mientras el país se muere en las calles, hacerse el loco y divertirse con el perdón oficial, es traicionar a la patria. Quizás hasta lleguen unas cuñas de esas que presentan al gobierno con la fuerza de un huracán.
Ojalá que mantengan la dignidad de estar al lado del pueblo. No se merecía Alberto Federico Ravell ser colocado entre la espada y la pared. Que sus amigos se diriman entre él y la cobardía debe ser frustrante. Venezuela es más importante que venderse al mejor postor. Es preferible vivir con dignidad, que lograr cierta estabilidad con aquellos que subyugan la patria.
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