Editorial
La Patria, Manizales
Febrero 26 de 2010
Hay que tener pues extremo cuidado en todo el país por estos días pues la estrategia de las Farc es dar golpes sorpresa y contundentes, lo que quiere decir que no importan las consecuencias de los mismos. Patadas de ahogado?, ¿hechos aislados?, ¿estrategia política?, ¿mala atmósfera a la seguridad democrática? No importa cómo le llamen, lo cierto es que la estrategia de las Farc de los últimos días de adelantar una escalada terrorista en el país, la cual se ha concentrado especialmente en el departamento de Cauca, es un hecho preocupante que debe despertar todas las alarmas en el país.
Y lo es aún más cuando de por medio está la campaña electoral que en escasos 16 días ha de definir el nuevo Congreso de la República y frente a la cual hay distintos grupos partidistas que buscan con sus listas tener la mayor representación en el legislativo, sin descontar que también de manera paralela se adelantan actividades proselitistas de cara a las consultas internas para definir dos candidatos presidenciales, el del Partido Conservador y el del Partido Verde.
No es nuevo que el grupo guerrillero apele a actos de terror en temporada de actividad política. Esa ha sido su constante pues es la única forma de pretender mostrarse poderoso, de intimidar y de tratar de desprestigiar la institucionalidad que, no obstante ser imperfecta, se ha convertido en garantía para la libertad, para la normal circulación por el país y para el desarrollo general de una economía que estuvo estancada por cuenta de la masiva presencia de armados ilegales.
Preocupa sí que dichas actividades ilegales y de sangre se concentren en departamentos que más han vivido el rigor del conflicto armado y donde su población es muy vulnerable. En ese sentido Cauca, por su agreste topografía, por lindar con complejas zonas selváticas del suroriente del país y por tener una numerosa población indígena, se ha convertido en blanco de actos terroristas.
Justo esta última característica la han sabido aprovechar las Farc para generar caos y confusión pues al no respetar la voluntad ni la autonomía de esos pueblos, agreden a su gente, la convierten en carne de cañón y reclutan a sus niños y adolescentes, motivando la intervención de las autoridades que al pretender imponer el orden, una veces con excesos por la característica de las zonas, chocan con quienes gozan de una autonomía y fuero especial.
Se convierte ese en punto de ardua disputa pues mientras la guerrilla llega a poblaciones indígenas y se lleva a jóvenes contra su voluntad, matando incluso a quienes se opongan a sus pretensiones, las autoridades se enfrentan primero a los privilegios de que gozan los pueblos indígenas cuando se trata de detener, investigar y condenar, si hay méritos, a quienes han delinquido en la subversión.
Pero lo más triste de todo esto, además de irrespetar la soberanía indígena, es que la guerrilla sale a las carreteras a atacar indefensos camioneros y a atacar el transporte intermunicipal, sin importarle que en los vehículos viajen civiles que son al final de cuentas los que casi siempre salen perjudicados. O si no basta mirar lo que le sucedió al industrial manizaleño Pablo Robledo quien al viajar de Popayán a Cali a la medianoche del pasado martes resultó herido de gravedad con otras tres personas más, en un ataque de guerrilleros de las Farc contra vehículos particulares, hecho en el que perdieron la vida dos ciudadanos.
Hay que tener pues extremo cuidado en todo el país por estos días pues la estrategia de las Farc es dar golpes sorpresa y contundentes, lo que quiere decir que no importan las consecuencias de los mismos. Y todo esto pasa en momentos en que exigen condiciones para dejar en libertad a los secuestrados que tienen en su poder desde hace 12 años, en una especie de show con el que pretenden mostrarse respetuosas de los derechos humanos y reprochan del gobierno la falta de voluntad para concretar “hechos humanitarios”.
Con semejante panorama se desvirtúan las tesis de aquellos que insisten en establecer diálogos de paz con un grupo que lo único que hace es ir en contravía de lo que reclama el pueblo. De ahí la importancia de mantener la ofensiva, no sólo armada sino diplomática, para impedir que pretendan mostrarse al mundo como el ejército del pueblo, sofisma en el que nadie cree.
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