Ernesto Yamhure
El Espectador, Bogotá
Febrero 25 de 2010
Todo comenzó el 31 de agosto de 2007, en Hato Grande. Allí, cuando despuntaba la noche, comparecieron en rueda de prensa los mandatarios de Venezuela y Colombia.
Ese día se protocolizó la designación de Chávez como mediador o facilitador para la liberación de secuestrados. En palabras del gobernante-dictador de los venezolanos, “el presidente Uribe ha visto con buenos ojos que yo reciba en Venezuela a un enviado de las Farc para hablar de ese tema”.
Comenzó el martirio. El 8 de noviembre de 2007, en las escalinatas del Palacio de Miraflores, Chávez recibió a alias Iván Márquez, uno de los peores terroristas de la historia reciente. La recepción fue digna de Jefe de Estado. Lo atendió como si se tratara del más ilustre visitante.
Los honores y venias de que fue objeto el cabecilla mafioso cayeron muy mal en la opinión pública colombiana que, indignada, comenzó a unir sus voces en contra de la mediación de Hugo Chávez, quien claramente estaba extralimitando la autorización concedida por nuestro Gobierno.
Vinieron las célebres fotos de Piedad Córdoba recibiendo un ramo de flores y luciendo la boina, regalos de los terroristas que creían estar pasando por su mejor momento.
Cuando finalizaba el 21 de noviembre de aquel año, la Casa de Nariño decidió ponerle fin al papel de Chávez en la mediación para la liberación de secuestrados. Ese día, en horas de la tarde, Piedad Córdoba llamó al comandante del Ejército, general Montoya, y lo puso en línea con Hugo Chávez: como debía esperarse, esa comunicación creó indignación en la presidencia colombiana.
De manera inmediata, el Gobierno emitió un comunicado repudiando el hecho y “en consecuencia, el Presidente de la República da por terminada la facilitación de la senadora Piedad Córdoba y agradece al presidente Hugo Chávez la ayuda que estaba prestando”.
El fin de Chávez metiéndose en nuestros asuntos se constituyó en el punto de partida de una carrera de insultos por parte del golpista que manda al triste pueblo venezolano. Qué no dijo del Presidente y de los colombianos. En su botafuego de Aló Presidente comparó a Álvaro Uribe con Vito Corleone, mientras lo calificaba de “cobarde, mentiroso, cizañero y maniobrero”. Acá la gallina es Chávez. Llama la atención que él, que se cree el más bravucón de la región y que hace las veces de matón de esquina, se ponga chiquitico cuando tiene de frente a quienes acostumbra insultar en la distancia.
Desde su guarida venezolana, arremete contra quien le viene en gana, pero en las cumbres multilaterales, cuando tiene oportunidad de expresar sus burdos sentimientos, guarda medroso silencio.
Se ha metido con nuestros ministros, diciéndoles que son unos “desgraciados”, o “retardados mentales”, frases que comprueban la condición crítica de su incontinencia verbal.
Había que meterle su apretón y qué mejor oportunidad para hacerlo que en una cumbre donde estuvieran todos los mandatarios regionales. El presidente Uribe estaba en la obligación de denunciar el criminal embargo de que es víctima nuestro país.
Al ser confrontado, Chávez trató de huir, de escaparse. A él le gusta la pelea cuando su rival no tiene cómo defenderse. Cuando lo atacan, se escabulle por el primer agujero que encuentra.
Lo que sucedió en Cancún a comienzos de esta semana, se veía venir desde el mismo día en que se cometió la imperdonable equivocación de permitir que Hugo Chávez, confirmado amigo de la mafia y del terrorismo, entrara a mediar por los secuestrados en poder de sus adorados aliados de las Farc.
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