Carlos Alberto Montaner
Diario de América, Nueva York
Febrero 22 de 2010
Los guayaquileños hicieron la mayor manifestación de la historia de la ciudad. Sucedió hace unos días. Los convocó Jaime Nebot, el popular alcalde de la ciudad más importante de Ecuador. Se congregaron unas trescientas mil personas, de las cuales, inevitablemente, las dos terceras partes eran pobres. Protestaban contra el gobierno de Rafael Correa. Alegaban, probablemente con razón, que el gobierno los estaba privando de recursos que le pertenecían a la ciudad. Protestaban, también, contra la persecución a los medios de comunicación, contra la corrupción denunciada por el propio hermano del Presidente y, en gran medida, contra el creciente chavismo que observan en la conducta de Correa. El discurso de Nebot fue electrizante.
Uno de los gritos más coreados era "Correa, quédate en Cuba". En las mismas fechas, el presidente había viajado a la Isla para una sencilla operación de rodilla. Salió bien, lo que no siempre sucede cuando los médicos cubanos operan a los jefes de gobierno. En 1973, lo que debió ser una fácil intervención quirúrgica al dictador peruano Juan Velasco Alvarado, culminó con la amputación de una pierna. En la carnicería, organizada en Lima, participaron dos médicos cubanos. Creo que uno de ellos fue Rodrigo Alvarez Cambra, el mismo cirujano que operó a Correa. Hoy tiene 76 años y sus colegas más jóvenes lo respetan, pero no lo toman muy en serio profesionalmente.
En 1985, Forbes Burnham, gobernante de Guyana, tuvo peor suerte. Lo operó de la garganta un genio de la medicina cubana y el pobre hombre murió en el quirófano. Le quitaron las amígdalas y la vida. El episodio fue tan grotesco que algunos guyaneses formularon la hipótesis de que, en realidad, se trató de un asesinato decidido por el gobierno cubano para vengar la muerte del líder radical Vincent Teekah, cuyo crimen le atribuían a Burnham. Jamás se pudieron probar ninguna de las dos teorías.
Incluso, el propio Fidel casi muere en el 2006 a manos del cirujano Eugenio Selman. Tuvieron que convocar urgentemente al español José Luis García Sabrido para que le salvara la vida. Selman acababa de declarar que Fidel viviría 140 años. Por eso las personas informadas, si pueden, rehúsan atenderse en Cuba. Allí hay buenos médicos y hacen lo que pueden, pero el país dista mucho de la excelencia. Cuando Fidel le ofreció a García Márquez la atención de sus oncólogos, el novelista colombiano, que quería escribir sus memorias y vivir para contarlo, le dio las gracias y salió corriendo hacia Los Angeles, donde lo curaron dos veces de cáncer de pulmón. Cuando la bailarina Alicia Alonso tuvo serios problemas en la vista, viajó a Barcelona, a la Clínica Barraquer, y allí se operó. Con los ojos no se juega.
En realidad, es un misterio por qué el presidente Correa se empeña en generar un conflicto con Guayaquil. Esa es una decisión tan absurda como operarse en La Habana pudiendo hacerlo en Houston. En un país lleno de problemas, mortificado por los apagones y con un problema creciente de inseguridad, la ciudad puerto, que es el pulmón económico de Ecuador, funciona razonablemente bien y los ciudadanos, encuesta tras encuesta, elección tras elección, declaran estar satisfechos con Nebot y con los servicios que ofrecen las autoridades municipales. ¿Por qué hostilizarlos?
Para que la paradoja sea aún mayor, Rafael Correa una y otra vez afirma su sensibilidad ante las minorías étnicas, especialmente los indígenas, reconociendo la complejidad y pluralidad de un país que dista mucho de ser homogéneo. ¿Es tan difícil entender que, dentro de ese delicado mosaico que es Ecuador, Guayaquil es una entidad muy definida, con un perfil propio (como lo tiene también Quito), lo que aconseja respetar su autonomía y no exacerbar irresponsablemente las tendencias separatistas? ¿Qué sentido tiene estimular artificialmente los conflictos entre Guayaquil y el gobierno central? ¿No tiene Ecuador suficientes problemas como para agregar tensiones regionalistas al reñidero nacional?
El presidente Correa, que se deja llevar por la ira, no acaba de comprender que la función de los políticos es solucionar problemas, no crearlos. Es un camorrista. Se pelea con la prensa, con los empresarios, con los inversionistas extranjeros, con uno que pasaba por ahí, con todos y con todo. Ahora se ha peleado injustamente con los guayaquileños. Esa pelea le puede salir muy cara.
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