Fernando Londoño Hoyos
La Patria, Manizales
Febrero 23 de 2010
Hace muchos años, cuando la pasión ardía por las hazañas de nuestros ciclistas en Europa, (alguna vez eso pasó) nuestros locutores hablaban y hablaban sin parar, a pesar de que el tema fuera manifiestamente estrecho. Un día, oyéndolos un comentarista francés, y viéndolos gesticular y enroscarse en sus sillas y disputar como sabihondos, le preguntó a su ocasional vecino: ¿de qué hablan tanto esos señores? La anécdota se nos quedó prendida para siempre y en casos como el de la Emergencia Social, nos preguntamos como el sorprendido periodista francés: ¿de qué hablan tanto?
Debemos hacer una franca confesión. La cosa nos está resultando divertida. Al principio la tomamos en serio, luego nos indignó y ahora nos divierte. Porque difícilmente encontraríamos mejor ocasión para descubrir cómo somos los colombianos, cómo nos expresamos, cómo defendemos nuestros pequeños intereses y cómo encontramos la ocasión para notarnos y sacar provecho del caos.
Hemos visto payasos disfrazados con batas de médicos, cofias de enfermera o adustos ceños de dueños de hospital. Enfermos que tienen energía para recorrer kilómetros gritando que los van a matar y sindicalistas que aseguran perdida la sagrada función del hospital público. Por supuesto, que viene con ellos el que cobra por hacer de sindicalista, y el político que reclama votos contra la promesa de defender a los médicos, a las enfermeras, a los empleados, a los enfermos y a los vendedores de drogas caras. Todos han salido a la calle, todos aspiran a un cupo para pelear con el Presidente, que no pierde momento para el mejor de sus entretenimientos, que es el de maltratar a alguno de sus ministros. No falta el juez que proteste porque le puedan embolatar el motivo para sus tutelas, ni el empresario del chance o del campo de tejo que teman disminuidas sus ventas, ni el especialista en diseñar ataúdes o en vender disfraces. Pero en serio, ¿de qué hablan esas señoras y esos señores?
Todos defienden la salud, claro está. Que es como defender el aire puro, el agua cristalina, el bosque natural, la playa de blanca arena, la libertad, el orden o la paz. Lo que es cómodo, porque no tiene contradictor. Todos quieren mejores tratamientos, lo que quiere decir, nadie lo dude, que más costosos. Pero nadie quiere pagarlos, que lo mejor es mejor cuando resulta gratis. Todos defienden a los médicos y sobre todo a los enfermos. Para lo que valdrá tener médicos mejor pagos, en lo que nadie pondrá objeción, salvo que le toque pagarlos. Y todos defendemos a los enfermos, salvo, también, que digamos de ese amor aceptando nuevos impuestos.
Lo curioso es que la Emergencia se decretó para mejorar y no para dañar a ningún paciente. Para aumentar los ingresos de la salud, y no para reducirlos. Para aumentar el número de colombianos con atención médica, y no para excluirlos. Para elevar la calidad de los tratamientos que se les ofrece a los más pobres, y no para limitarlos. Para que los hospitales sean más eficientes y tengan más recursos. Que el famoso POS sea más abundante. Que no sea necesario acudir a los jueces de tutela para pedirle una cirugía. En fin, nos declaramos en emergencia para que la salud sea universal, de más alta calidad y con mayores ingresos, esos que a nadie le sobran por estos días. Y sin embargo, dale con la cantaleta. Dale con el discurso. Dale con la queja. Dale con las declaraciones de los científicos y de los que sin serlo posan como tales. Y de los sindicalistas, que protestan o se quedan sin trabajo. Y cómo no, de los políticos, que en vísperas electorales necesitan de qué hablar, cuando no encuentran nada realmente serio qué decir. Si sumáramos el número de palabras escritas sobre el debate, de las que quedaron confiadas a la imprenta, de las imágenes de televisión o de los mensajes de Internet, dedicados a la Emergencia, creo que nos sorprenderíamos. Porque estamos alcanzando en fecundidad a los comentaristas de fútbol. Y a propósito: ¿de qué hablan tantos esos señores?
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