Jaime Jaramillo Panesso
El Mundo, Medellín
Febrero 28 de 2010
Una ola anti yanqui recorre a América Latina. Es la repetición de otras olas como hace cincuenta años se hizo alrededor de la revolución castrista. ¿Quién que haya sido joven universitario no fue anti yanqui?
La imagen de un imperio que todo lo domina de manera perversa nos fue inculcada por los propagandistas del imperio soviético que, por razones geográficas, quedaba muy lejos y, además, era la cuna de una nueva civilización donde todos los hombres eran iguales y por supuesto las mujeres también.
Estaban lejos la URSS y muy cerca los Estados Unidos. La revolución mexicana de 1910, antes que la rusa de Lenin, probó que la vecindad norteamericana (entiéndase los Estados Unidos) era “peligrosa”. Así nació esa frase que aún hace carrera: “Pobrecito México, tan lejos de Dios, pero tan cerquita de los Estados Unidos”. No obstante después de nacionalizar las petroleras, de participar en el caduco Movimiento de los Países No Alineados, de recibir una amplia y calificada migración de españoles republicanos que huyeron del franquismo, México sigue igual de cerca de los Estados Unidos y son los mexicanos la mayoría de los latinos que viven en el receptor país limítrofe. Los latinos serán en cinco años la mayor minoría, por encima de los afro americanos.
La arremetida anti yanqui de hoy es una trampa de Chávez y de Lula. De Chávez porque de esa manera justifica su nacionalismo fascista que requiere de enemigos externos para alucinar una corriente interna de fanáticos que apoyen su gobierno. Para ello mezcla su nacionalismo ultra con la lucha de clases marxista leninista. Tal es la ruta que ha tomado donde paulatinamente expropia la tierra, los establecimientos de comercio y conforma grupos paramilitares campesinos como en su momento lo hizo Castro con los comités de defensa de la revolución. El anti yanquismo de Chávez tiene un objetivo táctico: impedir la colaboración de los Estados Unidos en las bases militares colombianas. Estados Unidos hasta ahora no le ha dado importancia a los actos y a la diplomacia venezolana que la conduce a alianzas con los más radicales enemigos de los Estados Unidos como Irán y Cuba. Otros asuntos de mayor calado embargan su accionar internacional como son los conflictos de Afganistán, Irak y el palestino-israelí. Pero bastaría que Estados Unidos dejara de comprarle durante un mes el petróleo a Venezuela, para que el dictador disfrazado de Bolívar II se cayera. Por la forma como está diseñando sus fuerzas de coacción, Chávez está encaminando a la nación venezolana hacia una guerra civil.
El otro gran gurú, prohombre universal que se beneficia del anti yanquismo coyuntural, es el Presidente Ignacio de Lula del Brasil. En todas las organizaciones internacionales que han nacido o intentan surgir por estos días, sin la participación de Canadá y Estados Unidos bajo el argumento de exclusión que no son hablantes de los idiomas de la península ibérica, el portugués y el castellano, y sus culturas pertinentes, benefician focalmente a Brasil que desea orbitar a su alrededor a todos los países latino americanos, incluyen al tibio y melindroso Calderón, Presidente de México, y a una Argentina que perdió su rumbo entre los masajes y maquillajes de la Señora Kirchner. ¿Qué harán con los países, cuasi estados del Caribe, que no son propiamente latinos, islas donde no hay la identidad exigida?
Lula es el gran arquitecto que desde un anti yanquismo revivido, aspira llevarse para Brasil solo y poderoso redil, a los estados que acuden a Cancún, Bariloche o Quito. En ese momento la paranoia “bolivariana” se transformará en el socialismo a la manera del zambódromo de Lula, donde él y su sucesora podrán el sello del “nuevo despertar de América”. Y el anti yanquismo habrá muerto una vez más después de cumplir su falso papel aglutinador y de los gritos soeces de Chávez: “Gringos mal nacidos, go home”.
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