José E. Mosquera
El Mundo, Medellín
Febrero 25 de 2010
Hace ocho días un comando militar derrocó al presidente de la república africana de Níger, Mamadou Tandja. No es el primer golpe de Estado en la historia de esta empobrecida nación de la región del Sahel, en África Occidental, la cual desde su independencia de Francia en 1960 ha sido asolada por una profunda inestabilidad política como consecuencia de las frecuentes rebeliones militares, las tensiones étnicas que han generado las fuertes sequías desde los años setenta y que han desencadenado graves crisis alimentarias y hambrunas que han sacudido a los poderes políticos durante varias décadas.
El Níger es un país cuyas dos terceras partes de territorio hacen parte del desierto del Sahara y escasamente el 3.9% de su superficie es apta para la agricultura y el pastoreo y, debido a su estratégica ubicación geográfica se ha convertido en trasiego obligado de toda clase de mercancías ilícitas y en refugio de varios comandos de la red terrorista de Al Qaeda que operan entre el Magrebí y el Sahel, asuntos que acentúan la inseguridad y la inestabilidad política en la convulsionada franja del Sahel.
Este país, desde la década del setenta hasta finales del decenio de los años noventa del siglo XX, ha sufrido fuertes tensiones políticas, producto de los continuos golpes de Estado y una prologada guerra civil que aún sigue cobrando víctimas en los territorios dominados por las milicias rebeldes Tuareg en el norte del país.
Por lo tanto, el panorama político y económico en Níger es bastante desolador y complejo, porque, a pesar de ser un país rico en recursos mineros, como poseedor del 10% de las reservas internacionales de carbón y el tercer productor mundial de uranio, el 63 % de sus 15 millones de habitantes están por debajo de la línea de pobreza, su esperanza de vida es de sólo 44 años y viven con menos de un dólar diario.
En 1999, después del golpe militar en que fue derrocado y asesinado el presidente Ibrahím Barré Mainassara, se aprobó una nueva Constitución que permitió convocar a elecciones, en las cuales resultó electo como presidente Tandja, un militar de carrera que participó activamente en varios gobiernos militares desde 1974 y quien se hizo reelegir en 2004. Pese a que su período de Gobierno se venció en diciembre del 2009, se negó al convocar a nuevas elecciones como está previsto en la Constitución Política y, en su lugar disolvió el Parlamento y citó en agosto del año pasado a un referéndum y, a través de ese mecanismo, orquestó una reforma constitucional que permitió ampliar los poderes presidenciales y su permanencia en el poder por cinco años más, violando la Carta Política que establece máximo dos períodos consecutivos.
A pesar que la Corte Suprema de Justicia declaró inconstitucional la convocatoria de dicha consulta, el presidente Tandja no acató la orden judicial y procedió a destituir a los magistrados del alto tribunal y nombró en su reemplazo adeptos al régimen que refrendaron sus cambios constitucionales que le permitían perpetuarse en el poder.
Una jugada política similar a la que intentó en Honduras el ex presidente Manuel Zelaya, pero que en ambos casos, en lugar de perpetuarlos en el poder precipitaron sus abruptas salidas. En el caso de Níger las reformas que impuso el presidente Tandja fueron motivo de condena dentro y fuera del país, pero él hizo caso omiso de las protestas internas y los llamados al respeto y acatamiento del orden constitucional por parte de la ONU, la Unión Africana, Estados Unidos y la UE. Por consiguiente, el cuartelazo en Niger se suma a una lista de más de doce golpes militares que han sucedido en los últimos diez años en África y, por supuesto que se constituyen en otro oscuro episodio político-militar que se agrega al largo derrotero de gobernantes en el mundo que revestidos de una aureola imperial y con la estratagema del apoyo del pueblo, impulsan a su amaño cambios constitucionales para perpetuarse en el poder.
En el caso del ex presidente Tandja, como el de otros tantos que han pretendido eternizarse en el poder, violando las normas constitucionales de sus países, terminó siendo víctima de su propia ambición política.
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