Editorial
El Tiempo, Bogotá
Febrero 24 de 2010
La vigesimoprimera cumbre del Grupo de Río, que terminó ayer en Cancún (México), fue el escenario de un nuevo y sonado enfrentamiento entre los presidentes de Colombia y Venezuela. Esta vez, la acalorada discusión terminó en un duro intercambio de palabras proferidas en medio de un almuerzo con otros 23 mandatarios de la región.
El choque entre los dos jefes de Estado tuvo lugar después de que el presidente colombiano denunció el injusto tratamiento comercial al que Caracas viene sometiendo a los exportadores nacionales. Hugo Chávez, quien estaba arengando contra el embargo de Estados Unidos contra Cuba, fue interrumpido por Uribe, quien dejó clara la inconsistencia de su postura. En respuesta, el líder venezolano acusó a su homólogo de estar detrás de un atentado contra su vida, después de lo cual, cuando quiso abandonar el recinto, Uribe lo instó a seguir el debate.
Fue en ese momento cuando, frente al llamado de uno de "sea varón", el otro contestó con un "vete al carajo". El episodio, por supuesto, dio para todo tipo de titulares. Pero, más allá del circo mediático, es indudable que la escena es reprochable. Por más diferencias ideológicas y personales que puedan existir, ambos dirigentes representan a sus respectivos ciudadanos en las cumbres internacionales.
Además, gritos e increpaciones no son el mejor camino para restablecer una relación quebrada, y envían equivocados mensajes a dos pueblos que comparten historia, fronteras y economía. Aunque muchos colombianos sientan que la actitud del presidente Uribe es la más adecuada respuesta a las provocaciones chavistas, lo cierto es que, aun para expresar las molestias más graves, la diplomacia cuenta con mecanismos y formas que todos los países deben respetar.
Un enfrentamiento de estas características es un triste y preocupante recordatorio del bajísimo nivel en que se encuentran los vínculos entre Colombia y Venezuela. Así mismo, constituye un duro golpe para quienes, de lado y lado, están silenciosamente intentando que los puentes entre ambas naciones se reconstruyan lo más pronto posible.
Sin embargo, cabe preguntarse qué mejor escenario podría encontrar el país para expresar su posición frente a las injustificables decisiones comerciales venezolanas. Un almuerzo privado entre 25 dirigentes de América Latina y el Caribe es un espacio a todas luces adecuado para que el primer mandatario colombiano manifieste su molestia con una actitud vecina. Observaciones que, por cierto, a veces van en el otro sentido. En cumbres similares, ya se han criticado decisiones como, por ejemplo, el sonado acuerdo de cooperación militar con Estados Unidos.
En conclusión, el mandatario colombiano no rompió ningún protocolo al exigirle a Chávez respuestas frente a un sistemático maltrato del gobierno bolivariano a las empresas nacionales. Por tal motivo, aunque hay que lamentar las formas, es claro que en el fondo Colombia tiene la razón, al poner de presente no solo un trato injusto sino pernicioso para ambas poblaciones, sobre todo las fronterizas.
De todas maneras, como lo afirma el canciller Jaime Bermúdez, del altercado salió un resultado positivo: la conformación de una instancia de mediación de países del Grupo de Río para resolver las diferencias entre Colombia y Venezuela. Aunque las posibilidades de un arreglo son pocas, lo sucedido con Ecuador es motivo de esperanza. En este caso, la cumbre confirmó que la normalización entre Bogotá y Quito sigue a buen ritmo. Los presidentes Uribe y Correa mostraron que, a pesar de las heridas que abrió el bombardeo de Angostura, es posible dialogar. Eso marca un contraste con lo que pasa con Caracas. Pero, por ahora, en ambos lados de la frontera, lo que es urgente es recuperar los caminos del respeto mutuo y la diplomacia.
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