José Obdulio Gaviria
El Tiempo, Bogota
Febrero 24 de 2010
A Churchill, grande del siglo XX, quien con voluntad e inteligencia contuvo a los dos genocidas por antonomasia, Hitler y Stalin, ¿quién lo creyera?, a Churchill, lo despidieron del poder el mismo día de la victoria. Pero, ¡atentos!, eso fue ocasión para que escribiera sus cuatro tomos de 'La segunda guerra mundial'.
Los electores británicos fueron instrumento del destino para que las doradas medallas del heroísmo le abrieran un campito a los diamantes de la gloria literaria (Nobel de Literatura 1953). Uno de los libros de Churchill, 'Grandes contemporáneos', es texto insustituible para el estudio de la historia del siglo XX. Si ese coloso escribió sobre los líderes, yo, que ni líder ni coloso soy, me propongo escribir las vidas paralelas de tres antihéroes de la segunda parte del siglo: el emperador de pacotilla Eddine Bokassa; el caballero de industria brasileño Fernando Collor de Mello y el tiranuelo haitiano Nene Doc Duvalier.
Los tres, quién lo creyera, gobernaron a sus países; todos corrigieron el Acta de Independencia de los Estados Unidos, y en lugar de ofrecer a sus pueblos la mayor felicidad posible, los sumieron en la mayor infelicidad imaginable; y todos practicaron (íntegros) los siete pecados capitales, a saber: la lujuria, la pereza, la avaricia (en su versión codicia), la pereza, la ira, la envidia y, en grado antiheroico, la soberbia.
Los tres fueron hijos y nietos de líderes de verdad. Eso, o la mala crianza, les hizo creer que todo lo merecían: Bokassa, hijo -como el Gitano Señorón- del rey de la tribu, terminó autocoronándose emperador en ceremonia que costó 20 millones de dólares (30 por ciento del presupuesto anual de su 'reino'). Bokassa cambiaba de religión como si cambiara de ropa: una reunión (y el petróleo) con Gadaffy lo convirtió en musulmán y la expectativa de ser coronado emperador por el Papa le infundió la fe católica. Como arribista frívolo, pagaba las visitas ilustres con diamantes. Cada que veía a Giscard d'Estaing o al asesino Videla, les metía cinco o seis piedras en el bolsillo derecho del saco.
Collor hizo méritos como presentador de televisión. Cuentan que dedicaba sesiones larguísimas al maquillaje y a la repetición infinita del texto del teleprompter, porque, dicen las malas lenguas, "no sabía improvisar". Collor se creyó el cuento de que si su papá había sido gobernador, él, más pispo, tenía que ser, mínimo, presidente. Y lo fue. Pero al año de haberse posesionado, Pedro, su hermano menor, tipo razonable y honrado, contó públicamente a sus compatriotas la clase de bicho que les habían metido unos publicistas inescrupulosos, los que diseñaron el marketing electoral para engañar a todo un pueblo y capturar mafiosamente el Estado. El pueblo reaccionó y defenestró a Collor. No obstante las condenas judiciales y el repudio que genera, el tipo sigue zumbando como una molesta avispa en la vida pública brasileña.
Nene Doc y su esposa representan la ínfima dimensión de muchos de quienes han usurpado el liderazgo de los pueblos latinoamericanos. Robaron más de 600 millones de dólares de las arcas públicas. Y, ante la tragedia reciente de su pueblo, lo único que se les ocurrió fue intentar recuperar parte de los fondos congelados por las autoridades francesas y norteamericanas.
¿Encaja el vecino Chávez en esa clasificación de los antihéroes? Me cuentan que alguna cadena de la radio colombiana hizo alto elogio de sus intervenciones en Cancún mientras que tildó a Uribe como Presidente de una 'Banana República Tropical'. Los colombianos del montón vimos, en cambio, a un Presidente digno que nos hizo respetar frente a un antihéroe en trance de desaparecer en el olvido, como Collor, como Nene Doc, como Bokassa. La incógnita no es el destino histórico de Chávez sino el cuándo.
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