Uriel Ortiz Soto
El Espectador, Bogotá
Febrero 25 de 2010
Es imposible que pase desapercibida la fecha del 19 de Febrero / 2000, sin inclinarnos ante las tumbas y elevar una oración al cielo, por los más de 61 compatriotas entre menores de edad y ancianos, que fueron acribillados en la orgía de sangre mas vergonzosa y tenebrosa de que se tenga noticia en la historia de Colombia, iniciada 70 horas atrás, por tres grupos paramilitares, contra indefensos habitantes de la aldea del Salado, ubicada en los Montes de María, a 18 kilómetros del municipio del Carmen, en el departamento de Bolívar.
Es increíble que a diez años de ocurrido este magnicidio, que por su crueldad, y alevosía, estremeció al mundo, no se tenga claridad sobre los hechos, y las investigaciones aún continúen sin terminar. Lo más grave, es que, no hay un solo detenido y las víctimas más de dos mil, que desde entonces para preservar sus vidas abandonaron la aldea, continúen deambulando de oficina en oficina, sin que se les haya resarcido en lo más mínimo los daños morales y materiales causados.
Todo indica que el objetivo de los criminales, era despojarlos de sus tierras. La prueba está tan clara que en su época, la hectárea valía $300.000.oo, hoy que se encuentran en poder de narcotraficantes y terratenientes sufrió una reforma agraria y valorización de incalculables consecuencias, a sus antiguos propietarios solo les quedó la historia para contar.
Según informaciones, todo ocurrió por negligencia del Estado, que no atendió las súplicas de quienes, alertaron con anterioridad lo que efectivamente ocurrió:
Todo fue desolación y llanto / El sol se ocultaba tras las colinas /Y la luna aparecía con su negro manto, como presagiando el signo trágico de la desgracia /Por entre matorrales, arreboles y alamedas, aparecieron las bestias humanas, sedientas de odio, de venganza y de sangre/Criminales insensibles al dolor y a las súplicas de los inocentes.
No respetaron el llanto de las esposas y de los niños; ni las súplicas de los ancianos y desvalidos / Con lista en mano, uno a uno, los fueron llamando/ Los hicieron arrodillar frente al patíbulo de la muerte que no merecían, porque no habían cometido delito alguno/ Eran gentes trabajadoras y humildes, abandonadas a su suerte por la indolencia del Estado.
Fueron masacrados en presencia de sus seres queridos / Sus cuerpos descuartizados / Para escarmiento de quienes presenciaban tan macabra escena, sus cráneos y vísceras exhibidas al aire como trofeos de guerra y símbolo de sadismo y valentía / Todo esto, para obtener el reconocimiento y el premio de sus jefes criminales mayores.
No ocultaron su pudor, ni vergüenza, de ser tildados como vulgares asesinos /Vociferaban en medio de su cobardía e ignorancia: “ser los salvadores de Colombia”/ Tenían su odio de venganza y frustración sembrados en las más íntimas entrañas de su ser/ Nunca en los anales de nuestra historia, se había presentado semejante escena de crueldad.
Una vez consumada la orgía de dolor y de sangre, se proclamaron héroes y libertadores de la región / Como cuota de admiración y de heroísmo, exigieron a las mujeres estar dispuestas para una orgía de sexo, acompañada de licor y vociferaciones / De este forma, fueron violadas públicamente las viudas y las hijas de la tragedia.
En medio del dolor, el miedo y la angustia, no tuvieron otra opción, que aceptar los amoríos de quienes fueron los asesinos de sus seres queridos / Muchas de ellas, finalmente fueron masacradas después que los esbirros saciaran sus instintos bestiales en sus cuerpos lacerados por el dolor, la tragedia y las lágrimas
Hay también un dolor de patria que a todos nos conmueve, y es el silencio de la justicia frente a tan doloroso acontecimiento / Después de diez años, no existe siquiera un detenido /El expediente duerme el sueño de los justos en los anaqueles polvorientos de la justicia, confundiéndose con la desidia y modorra de sus jueces y magistrados instructores.
Para desgracia de nuestra bella Colombia, muy seguramente seguirá durmiendo / Y todas las víctimas que quedaron lisiadas de por vida, seguirán infructuosamente tocando las puertas del paquidérmico Estado de Derecho, pidiéndole resarcir en parte los daños causados, /Lamentablemente, la corrupción, es la jefe; que ordena y dispone, a quien, cómo y cuándo.
¿Qué pensaran los jueces e investigadores, que llevan este proceso a paso de tortuga?/ Si bien, ese paso, es lento y silencioso; llegará el día, en que la justicia del olvido, tocará las puertas de sus conciencias, para enjuiciarlos severamente ante Dios y ante las presentes y futuras generaciones. Ya en la cumbre de sus años, serán señalados como los peores criminales, prisioneros de su propia conciencia, por no haber cumplido honestamente con su deber.
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