sábado, 27 de febrero de 2010

El vecindario de la discordia de Europa

Ronald D. Asmus*

El Tiempo, Bogotá

Febrero 27 de 2010

¿Cuál es el motivo de desacuerdo más importante hoy entre Rusia y Occidente? No son las cuestiones que aparecen con más frecuencia en las noticias -Irán o Afganistán-. Es el vecindario de la discordia de Europa -el futuro de esos países entre la frontera oriental de la Otán y la Unión Europea y la frontera occidental de Rusia-. Mientras Occidente y Rusia siguen hablando de cooperación en materia de seguridad en Europa, la competencia geopolítica por ejercer influencia se ha renovado en estas regiones.

Rusia hoy reclama abiertamente una esfera de interés en sus zonas fronterizas -en directa contradicción con los compromisos asumidos en el proceso de Helsinki-. Abrazó políticas y una doctrina militar que califica a la Otán de amenaza y justifica el derecho a intervenir en esos países. Aunque envuelta en un lenguaje diplomático sin asperezas, la nueva propuesta del presidente ruso, Dmitri Medvedev, para la seguridad europea tiene el objetivo evidente de frenar y hacer retroceder la influencia occidental.

En lugar de avanzar en el siglo XXI, Rusia parece decidida a regresar al pensamiento estratégico del siglo XIX. Ahora que la administración Obama está concentrada en Afganistán e Irán, el Kremlin espera que un Occidente necesitado de su cooperación acceda a sus demandas.

Y no son sólo palabras. Hace 18 meses tuvo lugar una guerra en Europa entre Rusia y Georgia. Fue una guerra pequeña, pero una guerra que planteó grandes interrogantes. No se libró sobre el futuro estatus de Abjazia y Ossetia del Sur, las regiones independentistas de Georgia respaldadas por Rusia (aunque ese motivo de conflicto realmente existió). Más bien, la causa madre de la guerra fue el deseo de Georgia de alinearse con Occidente y la decisión de Rusia de impedirlo.

Muchos diplomáticos preferirían olvidarse de la guerra entre Rusia y Georgia o barrerla debajo de la alfombra. Pero no se ha resuelto ninguna de las tensiones subyacentes. No existe una solución estable a la vista para Abjazia y Ossetia del Sur. Rusia no ha abandonado el objetivo de quebrar el deseo de Georgia de recurrir a Occidente. La inestabilidad y el separatismo están incrementándose en el norte del Cáucaso, haciendo que la región fronteriza se torne más volátil.

A fines de enero, la administración Obama pronunció su primera reafirmación inequívoca de la estrategia de ampliación democrática que ha guiado el pensamiento occidental desde el colapso de la Cortina de Hierro hace dos décadas. Desde París, la secretaria de Estado de E.U., Hillary Clinton, nos recordó que la ampliación de la Otán de la UE creaba un grado sin precedentes de estabilidad y seguridad en la mitad oriental del continente, que Rusia también se había beneficiado con esta estabilidad y que era crítico que las puertas de Europa se mantuvieran abiertas a una mayor ampliación.

Clinton luego rechazó el llamado innecesario de Medvedev a rehacer los actuales acuerdos de seguridad europeos. La Otán también ha comenzado a comprometerse en la planificación de la defensa y otros mecanismos estratégicos para tranquilizar a sus aliados en Europa central y del este, que están inquietos frente a la nueva actitud enérgica de Rusia.

Ahora bien, ¿qué pasa con esos países en el medio -países como Ucrania y Georgia y el sur del Cáucaso? Ucrania acaba de elegir como presidente a Viktor Yanukovich que muy probablemente no tenga en su agenda la integración a la Otán y, si cumple con su compromiso de sumarse a una unión aduanera con Rusia, Bielorrusia y Kazajstán, quedaría descartado que alguna vez fuera miembro de la UE. Pero eso no significa que las tensiones con Rusia automáticamente desaparezcan.

A pesar de la victoria de Yanukovich, Ucrania es un país que se está volviendo más europeo y que gradualmente está saliendo de la órbita de Rusia, con su propio estilo caótico. Más allá de si a los georgianos les gusta o no el presidente de Georgia, Mikhail Saakashvilli, también quieren occidentalizarse. De modo que los intentos de Rusia por encarrilar a estos países probablemente persistan y sigan siendo un núcleo de controversia y conflicto.

¿Y cuál es la política occidental? En realidad, Occidente hoy ya no tiene una gran estrategia hacia el este. La visión moral y estratégica de los años 1990 se agotó y se detuvo bruscamente después del impacto de la guerra entre Rusia y Georgia y la reciente elección ucraniana. Por mejor que se hayan recibido las recientes palabras claras de Clinton sobre la necesidad de defender el derecho de los países a decidir su propio destino, no hay que alejarse mucho en Europa para oír murmullos de que algún tipo de nueva "finlandización" podría ser un acuerdo razonable para países como Ucrania y Georgia.

Es hora de que Occidente debata abiertamente cuál es su estrategia -y cuál no lo es-. Hace dos décadas, Occidente rechazó las "esferas de influencia" porque la historia sangrienta de Europa nos enseñó que obligar a las naciones a alinearse con otras contra su voluntad era un error y una receta para un futuro conflicto.

Si todavía creemos eso hoy, necesitamos una visión moral y estratégica renovada para estos países, y respaldarla con una estrategia real. Necesitamos dejar en claro que Moscú tiene derecho a la seguridad, pero que no tiene el derecho de interferir en los asuntos de sus vecinos, derrocar a sus gobiernos o negarles sus propias aspiraciones de política exterior.

Barack Obama tiene razón al intentar restablecer las relaciones con el Kremlin y comprometer a una Rusia revisionista. Pero necesitamos hacerlo sabiendo cuál es nuestra estrategia sobre esta cuestión clave. Mientras Estados Unidos y Rusia achican diferencias en aras de sellar un nuevo acuerdo de control de armamentos, es hora de enfrentar la cuestión de cómo lidiar con el vecindario de la discordia de Europa.

*Director ejecutivo del Centro Transatlántico del Fondo German Marshall de los Estados Unidos en Bruselas y autor de The Little War that Shook the World: Georgia, Russia and the Future of the West. Copyright: Project Syndicate, 2010. Traducción de Claudia Martínez.

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