Editorial
El Mundo, Medellín
Febrero 28 de 2010
Chile es pionero en la regulación en materia de construcción de edificios a prueba de terremotos.
Avanzada la tarde de ayer el Gobierno chileno confirmaba la cifra de 214 muertos, pero había sitios a los que los organismos de socorro no habían logrado llegar y era incierto el número de heridos y desaparecidos bajo los escombros. La Oficina Nacional de Emergencia (Onemi) daba cifras provisionales de 400.000 damnificados, medio millón de viviendas con daños severos y un millón más seriamente afectadas.
El Gobierno chileno declaró “zona de catástrofe” a cinco regiones, además de la región metropolitana de Santiago, la capital del país. Una de las regiones más afectadas es la de Biobío y en especial su capital, Concepción, la segunda más poblada, con un millón de habitantes, cuya alcaldesa declaró en la mañana a medios radiales que el panorama era “dantesco”, que la ciudad estaba aislada porque dos de los puentes sobre el río Biobío que la conectan con el resto del país se cayeron, que carecían de agua y energía eléctrica, que varios edificios se habían derrumbado como “castillos de naipes” y que incluso la cárcel había quedado prácticamente en ruinas y de sus 200 reclusos no se sabía el paradero. Las ciudades de Talca y Valparaíso también resultaron gravemente afectadas.
El sismo, de 8,8 grados en la escala de Ritcher y un minuto de duración, también sacudió fuertemente a la capital, situada a más de 300 kilómetros del epicentro, ubicado por el Servicio Geológico de Estados Unidos a una profundidad de 55 kilómetros y a una distancia de 89 kilómetros al noreste de Concepción. Según la prensa local, la ciudad quedó sin servicio de energía eléctrica y de teléfonos; el aeropuerto internacional sufrió severos daños y debió cerrarse, en tanto resultó seriamente afectado el casco antiguo y algunos edificios emblemáticos como el palacio de Bellas Artes y la iglesia de la Providencia. Sin embargo, pese al estupor y a que las réplicas se multiplicaron a lo largo del día, en la tarde los santiagueños habían logrado restablecer casi en su totalidad los servicios públicos y la ciudad comenzaba a recobrar la calma.
Un breve repaso a las lecciones de geografía del bachillerato nos recuerda que Chile, a más de ser una estrecha franja de territorio a lo largo del Pacífico, coronada por montañas hasta de 6.000 metros de altura en la Cordillera de Los Andes, pertenece al “Círculo de fuego del Pacífico”, que bordea precisamente los países bañados por ese océano. Se llama así por ser la más extensa y una de las más activas zonas volcánicas del planeta y, por ende, una de las más sísmicas, tanto que se producen en ella cerca del 80% de los terremotos. En Sudamérica, Colombia comparte esa situación de riesgo con Chile, Perú y Ecuador, y hacia el norte con toda Centroamérica, Méjico, Estados Unidos y Canadá. Esa especie de “destino común” impuesto por la Naturaleza, fue lo que desató ayer el temor en la región tras la alerta del Centro de Advertencia de Tsunamis del Pacífico sobre la posibilidad de que lo sucedido en Chile pudiera desatar ese fenómeno de grandes oleajes sobre las costas tanto de Chile como de Perú y Ecuador: “Un terremoto de esta magnitud tiene el potencial para generar un tsunami destructivo que puede golpear las costas cercanas al epicentro en minutos y las lejanas, en horas”. La misma alerta fue emitida por el Gobierno de Estados Unidos, que la extendió a Colombia, región Antártica, Panamá, Costa Rica, toda América Central y la Polinesia francesa, pero a medida que pasaron las horas se fue reduciendo ese peligro y lo único que se registró fue la noticia de que una ola gigante había arrasado con la mitad de un pueblo en el archipiélago chileno de Juan Fernández, a 643 kilómetros de la costa.
En materia de movimientos telúricos Chile tiene una historia de tragedias difícilmente superada por otro país del mundo. En el siglo XIX fue sacudido por terremotos devastadores como el de 1822 en Valparaíso y el de 1835 en Concepción; en la década del 50 fue devastada por dos sismos la región de Caiapó; en agosto de 1868 y mayo de 1877, sendos maremotos devastaron Arica. En el siglo XX se cuentan más de 15 terremotos y en lo corrido de la presente centuria se completan seis con el del sábado. Como si eso fuera poco, Chile ostenta un récord que ningún país envidiaría: el más potente terremoto registrado en el mundo, de 9,5 grados Richter, y el peor de los últimos 150 años por sus consecuencias desastrosas, ocurrió el 22 de mayo de 1960, con epicentro en Valdivia y con una onda expansiva que extendió la destrucción hasta las provincias de Cautín, Osorno, Llanquihue y Chiloé. Pocas horas después, un tsunami devoró la costa valdiviana, donde mató a miles de personas y llegó hasta Hawai, donde causó 61 muertos, y luego a Filipinas, donde murieron otras 32.
Como no hay mal que por bien no venga, esa historia de desastres telúricos ha hecho del pueblo chileno el más educado en hábitos de prevención y atención, lo que llaman los expertos, una verdadera cultura sísmica. Chile es pionero en la regulación en materia de construcción de edificios a prueba de terremotos, así como en estrategias de prevención y evacuación y atención de víctimas. Eso no quiere decir que no necesite en estos momentos la solidaridad efectiva de Colombia y el mundo, que la han ofrecido generosamente, sólo que no en la medida y la intensidad que la necesitó y la necesita todavía Haití, donde el terremoto de enero, de bastante menor intensidad, produjo una devastación apocalíptica. Es el doloroso contraste entre el subdesarrollo y su rastra de pobreza absoluta, corrupción y desgobierno, y el progreso en todos los órdenes de un país como Chile, preparado para los peores embates de la naturaleza.
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