viernes, 22 de mayo de 2009

Diferencias que deben tenerse en cuenta

Por Rocío Vélez De Piedrahíta

El Colombiano, Medellín

Mayo 22 de 2009

 

Los antiuribistas furibundos no ven diferencia entre Álvaro Uribe, ciudadano que fue elegido presidente de Colombia y la Presidencia de Colombia. En su afán por desacreditar a Uribe olvidan lo que representa para el país el desprestigio internacional del mandatario que, más que perjudicarlo, arroja una sombra nefasta sobre nuestro gobierno, el país en general, las fuerzas armadas, todos nosotros, después de una lucha larga y dura para amortiguar nuestra fama de narcos y bandidos; pasan por alto las consecuencias de entorpecer el trabajo del Congreso con ataques a los familiares del Presidente, con lo cual bloquean el estudio de lo verdaderamente importante: educación, pobreza, desempleo, vías, etc.


Resulta evidente que la única meta de quienes desperdician el trabajo ¡costoso! de los congresistas, es desacreditar al Presidente y su triunfo sería derrocarlo sin importar lo que pase. Para Colombia es importantísimo que sus presidentes gobiernen sin que nuestros males salgan a la luz internacional -la ropa sucia se lava en casa-; aunque trabajen folclóricamente como el simpático Guillermo León, cazando venados por todo el país; o Turbay, con su torpe hablado nasal; recitando poemas como el cultísimo y amable Belisario, o lenta, adormecidamente, como el gran señor que fue el doctor Barco; Gaviria gagueando en trémolo falsete con Pablo Escobar en hotel-cárcel de lujo; o el desprestigiado Samper que, con el 8.000 a cuestas, perdió la visa de los Estados Unidos; Pastrana, fortaleciendo el Ejército pero dando tiro en el Caguán; Álvaro Uribe, que si bien gobierna con mayúscula, habla en diminutivo. En todos los casos para el país es mejor, casi indispensable, que duren a que los tumben, sobre todo que no los desacrediten a nivel internacional; y que el Congreso trabaje en vez de distraerse en alegatos promovidos por media docena de congresistas obnubilados por un odio que resulta sorprendente por su ferocidad.


Pasan por alto que, quizás, el Presidente no piensa repetir. No parece lógico que personas inteligentes, no ingenuas, perfectamente informadas en política, como el ex ministro Arias, Marta Lucía Ramírez, Rafael Pardo, Fajardo, Mockus, Aníbal Gaviria, Juan Manuel Santos y demás aspirantes a la presidencia, inicien el agobiante trabajo de una campaña, con todo lo que implica en discursos, gastos, desplazamientos, estudio, publicidad, búsqueda de imagen, etc. -incluyendo lo que preocupaba al presidente Mariano Ospina: un excelente estado de salud para aceptar, en cada localidad, los platos regionales que atentan contra cualquier resistencia del aparato digestivo-, todo ello si no estuvieran seguros, absolutamente seguros, de que el Presidente en la recta final no va a aceptar. Salvo, como él mismo dijo, si se presenta una hecatombe. Las dos únicas no probables pero sí posibles hecatombes serían que Chávez decidiera realizar su sueño de anexar a Colombia a su plan Bolivariano, o que los furibundos anti Uribe lograran, de ataque en ataque, desestabilizar el país hasta tal punto que nos viéramos enfrentados a un conflicto interno de envergadura. No hay que olvidar que así como 'a la mona aunque la vistan de seda, mona se queda', los desmovilizados, que no entraron a la guerrilla obligados, cuando eran niños, sino voluntariamente, por vocación, aunque los vistan de congresistas, guerrilleros se quedan.


Rechazar, criticar las medidas de un presidente con argumentos serios, es necesario y muy conveniente para el país; atacar sin tregua al mandatario de turno por razones ajenas al gobierno -o falsas-, es altamente perjudicial para nuestra imagen internacional y la buena marcha de los asuntos internos.


Es una diferencia que debe tenerse en cuenta.

 

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