martes, 19 de mayo de 2009

La peor manera de estudiar a las Farc

Por Eduardo Mackenzie

París, 9 de mayo de 2009

 

En los últimos meses, un grupo de investigadores de la Universidad Nacional, dirigidos por Medófilo Medina y Carlos Medina Gallego,  emprendió un nuevo trabajo de reflexión sobre las FARC. Advirtiendo que sus esfuerzos respetarían los fundamentos “epistemológicos y metodológicos desde los cuales se cimenta la cultura académica y el conocimiento científico”, el Grupo de Investigación en Seguridad y Defensa, formado por ellos en  septiembre de 2003, terminó por verter sus conclusiones finales en seis artículos los cuales fueron recopilados luego en un libro intitulado “FARC-EP, temas y problemas nacionales, 1958-2008”. La publicación de tal obra, en abril de 2009,   corrió por cuenta de la facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional. 

 

En lugar de abordar ese tema desde una perspectiva independiente, lo que trataron de hacer los profesores fue estructurar una respuesta de 291 páginas  a los llamados  “intelectuales orgánicos del uribismo” quienes  no hacen, según ellos, sino “estigmatizar”  a las FARC y presentarlas como una organización terrorista en fase terminal. Carlos Medina Gallego estima que tales analistas del fenómeno FARC, así como el gobierno y los medios de comunicación, “proyectan” una imagen inadecuada, desfavorable, de esa organización, es decir la muestran como un “enemigo” y “desde una óptica que [la] ilegitima y destruye como actor político”.

 

Ese curioso enfoque de los miembros del GISD  hace que el pretendido carácter “científico” de su investigación sea negado de manera frontal por ellos mismos. La meta que éstos se dieron, y que proclaman sin sonrojarse, es meramente política:  “rescatar la visión” de las Farc como “actor político”, actor que entre otras cosas, según Medófilo Medina,  ha hecho mucho bien a Colombia, sobre todo a “sectores importantes del campesinado, las capas medias, los colonos”, quienes, gracias a la “realización de la política de las FARC” han logrado “condiciones  más favorables para elevar la calidad de vida de [sus] familias” (p. 21).  

 

Ese esfuerzo legitimador se extiende a dominios muy problemáticos. La llegada a las FARC de las cuantiosas sumas de dinero del narcotráfico y de los secuestros no cambió, asegura uno de los autores, la naturaleza de éstas. Según Olga Lucía Estévez Pedraza, ello sólo produjo una “distorsión de su imagen” (p. 200).  En ese mismo orden de ideas, otro autor, Ariel Fernando Ávila Martínez, parece sostener la tesis del pleno de 1997 de las FARC el cual vio el narcotráfico como el resultado de la “rapiña del gran capital” y de la “carencia  de ética” de la burguesía internacional (p. 223), negándose a ver la enorme viga que las FARC tienen en sus propios ojos. La participación en el tráfico de drogas y su oposición a todo plan antidrogas del Estado, modificó muchos resortes internos de las FARC, sin llevarlas a una despolitización total.  El problema no es pues, de imagen, como pretenden los distinguidos politólogos, sino de esencia. 

 

La extraña apología que sale de esas páginas tiene una intencionalidad que va más allá de las preocupaciones del mundo universitario. El sentido de reinventar unas FARC como actor político legítimo, si ello tiene un sentido, es  poner en escena   un nuevo tipo de interlocutor, serio y desembarazado de sus culpas y de sus deudas con la sociedad, susceptible de negociar en pié de igualdad con las autoridades elegidas una “salida política convenida”.

 

Empero, la tal salida política “convenida” no será negociada con el “gobierno de la seguridad democrática”, advierte Medófilo Medina, sino con una entidad enigmática que ese autor designa en clave al hablar de “sectores de la sociedad colombiana  con intereses contrapuestos a la guerra y que mantienen una vocación democrática”.  

 

Retengamos esa expresión del profesor Medina: “Salida política convenida”. ¿Convenida?  La salida política que se propone impulsar  con esa fórmula no será una salida política común. Sera, quizás, una salida política extraordinaria, con un acto de borrón y cuenta nueva y, sobre todo, una plena amnistía judicial al final del proceso, sin la obligación de declarar los crímenes cometidos ni de reparar a las víctimas. Por eso es que la prioridad es tratar de hacer olvidar la trayectoria real de las FARC en Colombia, sobre todo en el medio intelectual y académico. “Convenida” podría querer decir que esa salida será conveniente para los jefes de las FARC y acatada, es decir convenida, por los esotéricos interlocutores que tienen “intereses contrapuestos a la guerra” y que estarían dispuestos a firmar semejante arreglo.

 

Si el país vive hoy escandalizado con lo que pasó con el M-19, organización que logró ser amnistiada a pesar de su enorme trayectoria criminal, sin que ello haya servido para que sus jefes admitan que su gesta era injusta y errada, sin que ellos hayan querido hacer nada para reparar el mal que hicieron, y siguen, por el contrario, sosteniendo una guerra insidiosa y secreta contra los militares que frenaron sus ofensivas y que, sobre todo, les impidieron triunfar en la desesperada toma del palacio de justicia, ¿que dirá ahora el país si alguien le propone a las FARC una salida “convenida”, tan o más injusta e insultante para las víctimas y para el país como la anterior?

 

La otra gran curiosidad metodológica adoptada por los profesores del GISD, empeñados como están en construir una nueva visión de las FARC como actor político y entidad  benefactora, es el haber basado su estudio sobre una masa de documentos muy particular: lo que los jefes de las FARC y sus simpatizantes siempre han dicho de ellos mismos. Esa documentación, que uno de ellos llama “fuentes primarias principales”, donde los trabajos de Jacobo Arenas y de Manuel Marulanda dan la nota dominante, constituye  prácticamente la única fuente de información de tales investigadores. Los trabajos que no se mueven dentro de los parámetros de esos profesores, han sido soslayados.

 

Ello es coherente con la decisión tomada por ellos de abordar el fenómeno FARC  “en sus propios términos” (p. 21), es decir, y para ser aún más exactos, de “privilegiar el discurso y los recursos comunicativos del actor objeto de estudio” (p. 28).

 

En otras palabras,  para saber qué son las FARC, nos dicen los profesores, no hay sino que preguntarle a las FARC qué son y qué han sido ellas. Eso es todo. En ese sentido, las llamadas “nuevas rutas de investigación”, que el docente Carlos Medina Gallego anuncia, es simplemente volver sobre los textos de Jacobo Arenas.

 

Ello quiere decir que las informaciones, compilaciones,  estudios  y reflexiones de otros observadores del fenómeno FARC, adversarios de éstas o no, y hasta los testimonios de las víctimas de ese movimiento armado, y los enormes registros de la prensa diaria, escrita y audiovisual, colombiana y extranjera, al respecto, son fuentes sospechosas que no deben ser estudiadas ni tenidas en cuenta por los investigadores “científicos”. 

 

Esa rarísima manera de estudiar a las FARC recuerda  brutalmente la historiografía soviética, plena de arbitrariedad y falsificaciones. Ello es inadmisible y sería altamente deplorable que esa metodología lograra encontrar nichos de resonancia en la universidad colombiana. Pues el resultado objetivo de esa aproximación al tema, más allá de la sinceridad de sus actores, es librar al olvido y borrar de la memoria colectiva nacional el verdadero carácter de la acción de las FARC, desde sus comienzos hasta hoy, esquivar el sentido depredador y criminal de su ideología, de sus decisiones internas y, sobre todo, de sus acciones en el terreno militar y político.

 

¿Que podría decirse de un estudio histórico contemporáneo del hitlerismo en Alemania que tomara como fuentes de estudio únicamente los discursos y “los recursos comunicativos” del Tercer Reich y dejara de lado el Holocausto y los otros actos y realizaciones criminales?  ¿Qué credibilidad podría tener eso?

 

Estudiar el comunismo apelando únicamente a lo que los comunistas dijeron del comunismo es la actitud intelectual más idiota que sea. Si ello no fuera cierto  las grandes bibliotecas del mundo acogerían en sus catálogos innumerables estudios sobre el régimen de Stalin hechos por éste y por sus plumíferos. Y esas obras serían consideradas como la verdad histórica sobre ese terrible periodo. Por fortuna, ese no es el caso. La verdad histórica  a ese respecto es hoy muy rica, variada y firme y ha terminado por poner, por el contrario, en su cima, la obra de un autor subterráneo y perseguido, adversario tenaz del comunismo, Alexandre Soljénitsyne. Su Archipiélago de Gulag es el primer gran retrato auténtico del universo concentracionario soviético y de la historia de la muerte de millones de personas. Ese libro, con el que comienza el derrumbe de esa tiranía, fue estructurado gracias a los testimonios, narraciones  y biografías de centenares de víctimas del totalitarismo comunista.

 

En lugar de elevarse al nivel de exigencia moral e intelectual de Soljénitsyne  y de tantos otros autores que han tratado con prestancia el tema del comunismo, y de tratar de exponer con claridad y honradez qué son las FARC y por qué esa organización jamás pudo ser un interlocutor político susceptible de discutir con el Estado cómo poner fin a su violencia “revolucionaria”, y en lugar de querer  explicar cómo esa aventura armada artificial e injustificada en Colombia no logrará derribar la voluntad de los ciudadanos, ni el régimen histórico que éstos se dieron democráticamente, los profesores del GISD pretenden, por el contrario, revivir un cadáver:  “comprender y dar razón de los fundamentos políticos y reivindicativos que dan vida, sentido, y presencia a esta organización insurgente”.

 

No es entonces extraño que ellos se vean obligados a acudir a un sólo tipo de fuentes y de autores: aquellos que se sometieron a la impostura de que las guerrillas marxistas colombianas “no fueron un invento de los comunistas sino un desarrollo de las luchas campesinas” (p. 36). O al precepto aún más increíble de un “acumulado histórico de la lucha popular” (p. 82).

 

En su carrera hacia la elaboración teórica de una nueva fachada para las FARC, los autores se esforzaron incluso por desdibujar el precepto capital de éstas, o como dice Alonso Beltrán: “el planteamiento  político-estratégico de combinación de todas las  formas de lucha” (p. 82).  

 

Para ese analista, la tal “combinación” es una orientación casi secundaria, episódica, “ocasional”, que sólo es aplicada  en ciertas coyunturas y en “momentos muy concretos” (p. 82).

 

El postulado de la combinación de todas las formas de lucha es, por el contrario, la noción  que orientó desde sus inicios la doctrina y la acción subversiva, política y militar, de las FARC. Esa doctrina que racionaliza el juego entre el partido-guerrilla y la guerrilla-partido, no es otra cosa que sinónimo de guerra total, ilimitada y sin principios, de conspiración permanente contra las instituciones de la República y contra la población del país.

 

¿Por qué ocultar las cosas al respecto? Esa noción tan discutida y perfeccionada en congresos del PCC y en plenos de su dirección nacional,  no designa  una forma particular de la lucha armada, en el campo y en las ciudades. Esa estrategia apunta a algo mucho más secreto, complejo y completo: una ofensiva “revolucionaria” leninista total e ininterrumpida, en la que no sólo se combinan las técnicas más variadas y sofisticadas para tratar de desbordar al aparato militar del Estado, sino los métodos más pérfidos (legales e ilegales) para crear situaciones de  confusión y de caos político y psicológico en el seno de la dirección política del país y de la opinión pública en general, todo ello como fruto de un lento y largo trabajo de penetración, fermentación e influencia sobre los sectores claves del país.

 

Sometido a la combinatoria infernal de lo secreto y de  lo explícito, del discurso pacifista y dialogante con el acto devastador inesperado, el país, es decir su población civil, sus élites y sus representantes, sus fuerzas militares y de policía, y sus expresiones intelectuales, espirituales y religiosas más altas, estuvieron, durante los últimos 60 años, bajo una situación de acoso ideológico, moral, psicológico y militar permanente, con altos y bajos, énfasis y reflujos, según los avatares del desarrollo orgánico de las FARC.

 

Hacer de la combinación de todas las formas de lucha sólo una táctica “ocasional”, y no un postulado estratégico, como intentan los citados profesores, equivale a impedir que el bosque sea visto en su conjunto y permitir que los contornos borrosos de un árbol sólo sean adivinados.  Cuando, en realidad, la empresa subversiva en Colombia, sobretodo la desatada desde 1948 hasta hoy, es un bloque único. No ver eso, y contentarse únicamente con el espejismo de unas pretendidas expresiones ocasionales, puntuales y aisladas, dificulta hacer el diagnóstico sobre la amenaza y dificulta el acto de trazar las líneas de una respuesta acertada.

 

 

 

 

 

 

 

 

2 comentarios:

RAFAEL GUARÍN dijo...

Mejor no escribirse. Muy buen texto!

RAFAEL GUARÍN dijo...

Mejor no podía escribirse! Muy buen texto!