lunes, 25 de mayo de 2009

Galán llegó con la nieve

Por Santiago Montenegro

El Espectador, Bogotá

Mayo 25 de 2009

Al regresar de unas cortas vacaciones de Navidad y Año Nuevo en Alemania y en el Jura suizo, me encontré en Oxford, en los primeros días de 1987, con una sorpresa inolvidable.

Como muy raras veces, la pequeña villa del Isis estaba conmovedoramente hermosa, blanca, completamente cubierta de nieve. Y, con la nieve, llegó a St. Antony’s, mi college, Luis Carlos Galán. No lo pudimos ver sino hasta unos diez días después porque, recién llegado, voló de urgencia a Alemania adonde habían trasladado a Enrique Parejo, ex ministro de Justicia y embajador en Rumania, herido en un atentado en Bucarest ordenado por los narcotraficantes colombianos. Invitado por Malcolm Deas, Galán se alojó por varios meses en su mismo estudio, sobre el Church Walk, en las inmediaciones de St. Antony’s. Durante seis meses, estudió inglés, asistió a seminarios, escuchó conferencias y dictó varias charlas sobre diferentes temas. Pero, para el pequeñísimo grupo de estudiantes colombianos —Juan José Echavarría, Efraín Sánchez, María Cristina Dorado— nuestro enorme privilegio fue haber compartido con él tomando café o una cerveza en algún pub o caminando por los parques. Lejos de Colombia, de la política, de los lagartos y de sus enemigos, así también pudimos conocer al ser humano, en pantalones de pana y suéter de lana, echando chistes, haciendo comentarios socarrones de sus contrincantes y burlándose de él mismo.

Su principal preocupación, casi que obsesión, era el narcotráfico. El país no sería viable con la droga y, por ello, la prioridad debería ser una lucha frontal contra los carteles y, como una de sus herramientas centrales, la extradición a los Estados Unidos. Decía que la lucha sería sangrienta, pero que había que darla y se podía ganar. Creyente y partidario absoluto de la democracia liberal, Galán creía en la separación de poderes y le preocupaban mucho el clientelismo y la corrupción. Por eso, más que grandes reformas, yo diría que Galán tenía mucha fe en que el país estaría mucho mejor si se lograba vincular a la política y al gobierno a gente muy preparada, estudiosa y con firmes principios éticos.  Discutía con mucho interés la Perestroika y el Glasnost de Gorbachov y fue quizá el primer dirigente colombiano a quien le escuché argumentar sobre el papel crucial que tendría China en el mundo y la atención que habría que prestarle desde Colombia. Hablaba de la apertura que requería Colombia, pero, la concebía especialmente, hacia los países vecinos, como Brasil, por su importancia en el mundo. Se quejaba de las debilidades y precariedad de la Cancillería, de la baja calidad de los embajadores y de la ignorancia casi absoluta que teníamos los colombianos del mundo y, en especial, de los países vecinos. Por ello, insistía en que las universidades deberían formar expertos en Brasil, Venezuela, Ecuador o Perú.

 

Galán tenía la seguridad de que llegaría a la Presidencia de la República,  “de derrota en derrota, hasta la victoria final,” decía. Por eso, en los dos meses y medio que restan para que se cumplan veinte años de su muerte, debemos reflexionar sobre su vida y su pensamiento y también sobre lo que hubiese sido de Colombia si este hombre brillante y recto hubiese llegado al Palacio de Nariño. Este ejercicio será también una evaluación sobre los avances y zozobras de Colombia y de nuestra democracia durante estas dos décadas tremendas.  Desde ya, acepto la invitación que se está haciendo para marchar hacia el Cementerio Central el martes 18 de agosto, al medio día, para colocar una rosa roja sobre su tumba blanca.

 

 

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