jueves, 28 de mayo de 2009

Farc, 45 años después

Por  Ernesto Yamhure

El Espectador, Bogotá

Mayo 28  de 2009

 

Aunque su nacimiento se remonta a mediados de la década de los 50, cuando Charro Negro y Manuel Marulanda comenzaron a matar a los liberales del sur del Tolima —sus antiguos compañeros de lucha— ayer las Farc dijeron estar cumpliendo 45 años. Mucha agua ha corrido desde aquellos días en los que un par de docenas de hombres se agruparon en lo que se llamó el “bloque sur”.

Desde el cañón de Las Hermosas comenzaron a irradiar una guerra que hasta hoy no ha cesado. En los tiempos de mayor expansión, lograron hacer presencia en 31 de los 32 departamentos del país. Organización regida por un secretariado que cumple obedientemente las órdenes del Partido Comunista Colombiano. La baja de Raúl Reyes fue significativa, pues por primera vez en la historia de ese grupo, la Fuerza Pública lograba dar con un miembro de la comandancia máxima.

De ese grupo de campesinos que buscaban algunas reivindicaciones sociales a través de las armas, no queda nada. Los postulados políticos, si es que algún día los tuvieron, han desaparecido. Hoy, las Farc son una organización dedicada exclusivamente al terror, al tráfico de drogas, al secuestro y al chantaje.

 

Durante 45 años hemos visto cómo algunos gobiernos fueron indiferentes frente a este problema. Creyendo que se trataba de un problema menor, impidieron que el Ejército hiciera lo que le correspondía. Cobardemente, hicieron oídos sordos cuando a principios de la década de los 80 el entonces Embajador de los Estados Unidos advirtió que a los carteles de Cali y Medellín se sumaba el de las Farc.

 

Vinieron los fracasados intentos de paz. Durante los mandatos de Betancur, Barco, Gaviria y Samper se hicieron esfuerzos que desembocaron en un fortalecimiento político y militar de la guerrilla. Con Andrés Pastrana se demostró que el esquema de diálogo en medio de la confrontación militar, previo despeje de vastas extensiones territoriales, es un absoluto fracaso. Tal y como lo recuerda Eduardo Pizarro León-Gómez en uno de sus libros, las Farc estuvieron a punto de hacerse con el poder a través de las armas entre 1998 y 2002, años cuando alcanzaron su punto de mayor crecimiento.

 

Con la Seguridad Democrática se revirtió esa tendencia. Por primera vez desde 1964 un gobierno asumía el asunto con la seriedad que merecía. Sabiendo que la decisión de combatir a la guerrilla con verticalidad le traería millones de adeptos y unos cuantos opositores iracundos, Álvaro Uribe se la jugó a fondo y las cosas le han salido bien. La Colombia de hoy es completamente diferente a la de hace diez años. Se acabaron los secuestros masivos, los ataques diarios de poblaciones y los retenes ilegales en las carreteras. Ahora la iniciativa militar la tiene el Estado.

 

Pero la guerra no puede ser el fin. Por eso, pasados 45 años de permanente desafío a la sociedad, las Farc deberían dar un paso sensato hacia la paz. El país recibirá con buen ánimo un anuncio de paz por parte de la guerrilla, siempre y cuando no esté acompañado por cálculos macabros y estrategias subterráneas.

 

Esa debe ser la apuesta inmediata: buscar que las Farc entiendan que fracasaron en su objetivo de la toma del poder por la vía militar y privilegien una desmovilización que le ponga fin a tantos años de barbarie.

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¿Será que Kim Jong Il, sempiterno dictador norcoreano se echará para atrás luego de la “enérgica condena” que nuestra Cancillería hizo frente a las pruebas nucleares del pasado lunes? A lo mejor la furia de nuestro ministro de Relaciones Exteriores aterroriza al oscurantista régimen de Pyongyang y es suficiente para que anuncie el desmonte de su entramado nuclear.

 

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