domingo, 31 de mayo de 2009

Cuba y la OEA

Por Rafael Nieto Loaiza

El País, Cali

Mayo 31 de 2009

Mañana en Honduras se inicia la XXXIX Asamblea General de la OEA. Promete estar candente. Es raro que una reunión de éstas concite tanto interés. En general son de trámite y aburridas. Este año, sin embargo, el asunto del eventual reingreso de Cuba, suspendida en 1962 en Uruguay, pende como espada de Damocles sobre la Organización. Incluso amenaza su existencia, al menos en la forma en que hoy la conocemos. 

La izquierda radical del continente se la está jugando a fondo para conseguir el reintegro de la isla. Y lo hace aunque Cuba misma ha manifestado que no tiene intención de volver. Hace apenas mes y medio Fidel Castro se despachó contra la OEA, dijo que le producía “repugnancia” y la llamó “la encarnación de la traición”. Y remató diciendo que “ofende, incluso, suponer que estamos deseosos de (re)ingresar”. Pues bien, aun con semejante rechazo explícito de la novia cortejada, Honduras ha propuesto que se derogue la resolución de suspensión y Nicaragua, con el previsible respaldo de Venezuela, va aun más allá y quiere no sólo que se levante la sanción sino que se haga un “acto de justicia y rectificación histórica”. 

Del otro lado, Estados Unidos presentó un proyecto en el que apoya la posibilidad de levantar la suspensión, pero insiste en que se efectúe a través de un proceso “"deliberado y bien considerado" y lo condicionan a que Cuba acate los principios consagrados en la Carta de la OEA, la Carta Democrática y otros instrumentos interamericanos que consagran la democracia y los derechos políticos. Brasil, la izquierda moderada y Colombia intentan una solución “mediadora”, un tanto tibia y timorata. 

Mientras tanto, José Miguel Insulza, secretario general de la Organización, en busca de su reelección, ha roto una lanza por el reingreso y ha sostenido que la “resolución (de suspensión) es obsoleta y de la guerra fría”. Y ha ido más allá para afirmar que al lado de Cuba hay “otros siete y ocho países que no cumplen con los dictados de la Carta Democrática”. Dicho de otra manera, a juicio de Insulza que Cuba sea una dictadura no es un obstáculo para que haga parte de la OEA. 

Ahí está el punto. Lo que quiere la izquierda carnívora va más allá del valor simbólico y reivindicativo del reintegro de la isla. Pretende que la Organización abandone los avances logrados, con mucho esfuerzo, sudor y lágrimas, en materia de derechos humanos y de defensa de la democracia representativa. A juicio de los socialistas del Siglo XXI, esas son instituciones propias del capitalismo y una talanquera incómoda para sus pretensiones revolucionarias. Por eso no debe extrañar que Chávez ya haya amenazado con salirse de la OEA, a la que denomina “burocracia imperial”, y no pare de disparar improperios contra los órganos del sistema interamericano de derechos humanos. 

Aunque difícil por la intransigencia de los revolucionarios, quizá sea posible aprovechar la oportunidad para impulsar la democracia en la isla. Pero si los estados que aún se aferran al ideal de construir sociedades abiertas ceden sin condiciones, la OEA será en adelante una organización en la que la democracia y los derechos humanos no tendrán valor alguno. 

A la hora de redactar esta columna, no es previsible que se llegue a un acuerdo.

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