martes, 19 de mayo de 2009

Hay que tratar bien a los extranjeros

Por: Santiago Montenegro
El Espectador, Bogotá
Mayo 18 de 2009
 

En su penúltima columna, Mauricio García Villegas se sorprende del número de extranjeros que han querido vivir en Colombia y argumenta que lo hacen porque aquí pueden sentirse poderosos haciendo plata, como los burgueses de todas partes.

Pero, también dice que aquí se sienten poderosos porque pueden dar órdenes a las empleadas del servicio, a los choferes, a los jardineros, a las de los tintos. Eso los hace sentirse nobles, dice él, algo que no pueden hacer en sus propios países.

Es posible que, por esas razones, hayan llegado varios extranjeros. ¿Pero son las únicas razones? Y, ¿son así todos? Francamente lo dudo. Por el contrario, encuentro que muchos extranjeros han venido por razones que hablan bien de ellos mismos y hablan bien de Colombia. Conozco a decenas de extranjeros que han venido por puro altruismo, a colaborar con causas nobles, como la erradicación de la pobreza, de las enfermedades, a ayudar a la lucha contra la marginalidad. Muchos han venido a enseñar. Y lo han hecho desde hace mucho tiempo, como las misiones de educación alemanas que llegaron durante los gobiernos radicales que modernizaron los colegios y aumentaron la cobertura, en la segunda mitad del siglo XIX.

 

Décadas después, con los gobiernos liberales que comenzaron en 1930, llegaron otras misiones, con las que vino, por ejemplo, Rudolf Hommes, padre del ex ministro de Hacienda y columnista de El Tiempo. Centenares, quizá miles, de religiosos llegaron y se quedaron en nuestro país por voluntad propia, viviendo en condiciones muy difíciles, muchos de ellos en barrios marginales.  Puedo dar nombres de extranjeros que, pudiendo haber ido a otros países, a pesar de la inseguridad y la violencia, prefirieron quedarse aquí porque simplemente les fascina el país que encontraron, como le fascinó a Alexander von Humboldt o a Edwin Church. Conozco alemanes que se enloquecen con el Carnaval de Barranquilla, o con el de Blancos y Negros de Pasto, o con el Festival Vallenato.


A otros los embrujan nuestros pájaros y los he oído dar cátedra sobre las cotingas crestadas, las perdices chilindras, los currucutús, los colibríes, los chamones gigantes o sobre los guaraguacos. Conozco también a extranjeros amantes de nuestra flora y distinguen mejor que nosotros los encenillos, los romerones y los ciénegos, los coronitos, los charrudos, los guacharacos; saben qué se puede hacer con un alcornoque y con un algarrobo; los hay quienes pronuncian nombres de árboles tan difíciles como araguaney, cachicamo, camoruco, cimbrapotro, cocomono o currucay. A todos les fascina la variedad de climas, paisajes, comidas, formas de hablar y de vestir. Y a los hombres que vienen los hechizan, con razón, las mujeres colombianas. No son pocos los que llegan casados y, al poco tiempo, se separan. Quizás el mejor resumen lo hizo un canadiense que me dijo: “En Colombia hay muchos problemas, pero la gran mayoría de los colombianos son gente buena, honesta y trabajadora, y tienen uno de los países más hermosos del mundo”.

 

A pesar de la violencia y la inseguridad y tantos otros problemas, creo que por todas estas y por otras buenas razones miles de extranjeros han querido venir a vivir entre nosotros.  Aquí también han venido malvados, como los que entrenaron a sicarios de los narcotraficantes o los monos irlandeses que les enseñaron a las Farc a fabricar y a colocar explosivos. Pero son la minoría. La gran mayoría son buenas personas, nobles, inteligentes, que tienen mucho que aportar. Tenemos que acoger a los extranjeros y tratarlos bien para que vengan más.

 

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