Por Saúl Hernández Bolívar
El Mundo, Medellín
Mayo 25 de 2009
Por ejemplo, si el Alcalde de Bogotá quiere lanzarse a
En la última contienda electoral de Estados Unidos participaron varios funcionarios sin renunciar a sus cargos. Una vez pasados los comicios, John McCain siguió como senador y Sarah Palin como gobernadora de Alaska, mientras que los senadores Hillary Clinton, Joe Biden y Barack Obama dejaron sus sillas en el Congreso para dedicarse a sus nuevas ocupaciones, todo eso sin mayor drama.
En Colombia, los senadores tampoco están inhabilitados para lanzarse a
Es cierto que un ministro es más visible que un senador, y que tiene a su haber importantes partidas presupuestales que ejecutar, pero a menudo el ministro es un tecnócrata que al salir del cargo vuelve a ser un ciudadano de a pie mientras que muchos congresistas son verdaderos caciques regionales y nacionales como Juan Carlos Martínez –recién capturado por supuestos nexos con el narcotráfico–, quien manda en el Valle a pesar de que en el Senado ni se le conoce la voz.
Las inhabilidades son previsiones de fingida asepsia que ocultan una alta dosis de hipocresía y no poca ingenuidad, en tanto que las componendas, bajo la mesa, son peores de lo que se pretende subsanar con esos impedimentos que en el transcurso de los años han demostrado ser completamente inútiles.
Sin perjuicio de inhabilidades obvias en materia de edad, lugar de nacimiento y residencia, antecedentes judiciales y sanciones disciplinarias, profesionales o de responsabilidad fiscal, entre otras, las inhabilidades se deberían circunscribir a dos aspectos: 1) que el ejercicio de un cargo público conlleva la prohibición de no utilizarlo para presionar a los ciudadanos a respaldar una causa o campaña política (Código Penal, Art. 127); y 2) que el ejercicio de un cargo acarrea el deber de “dedicar la totalidad del tiempo de trabajo al desempeño de las funciones encomendadas” (Ley 734 de 2000). Por tanto, debería concedérsele a cualquier servidor público la presunción de inocencia hasta no demostrarse que ha usado su puesto para presionar ciudadanos a su favor, permitiéndole nominarse a otros cargos y sólo renunciando al que tiene cuando el fragor de la campaña no le permita dedicar todo el tiempo al cumplimiento de sus funciones. Eso sería más sensato y maduro que seguir viendo los intentos repetitivos de meterle palos al engranaje político como eso de querer prohibirles a diputados y concejales que se lancen al Congreso.
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