lunes, 25 de mayo de 2009

Piedad Córdoba se entrevista con Mancuso

Por Eduardo Mackenzie

25 de mayo de 2009

 

¿Piedad Córdoba fue a Washington tras una meta altruista? ¿Quien puede creer ahora que ella fue a “exponer el caso” del cabo Pablo Emilio Moncayo, secuestrado por las Farc hace doce años,  y a buscar  congresistas norteamericanos para que “intercedan para lograr su liberación”?  Ella fue a esa ciudad, como uno de sus amanuenses acaba de corroborarlo, a acordar su violín con el del ex paramilitar Salvador Mancuso. 

 

El encuentro realizado el pasado 22 de mayo en una cárcel privada de la capital norteamericana confirma una tendencia que se venía insinuando desde hace más de un año: las Farc buscan una convergencia con los  paramilitares,  y éstos con aquellos, para frenar la acción militar y judicial del Estado colombiano contra ambos.

 

El objetivo de Mancuso, como lo escribe él en su blog desde la cárcel, es el mismo de las Farc: derrocar al presidente Álvaro Uribe. Otrora enemigo de las Farc, Mancuso quiere vengarse ahora del poder colombiano por haberlo extraditado. Para ello, todos los medios son buenos, como en el caso de las Farc: el terrorismo, la guerra política y la desestabilización.

 

La senadora  “liberal”, quien no oculta su coincidencia política con las Farc, como ella lo dice siempre que puede, se entrevistó durante cinco horas con el ex jefe de las AUC, en compañía de otras cuatro personas, entre ellas Iván Cepeda Castro, dirigente, como Piedad, del grupo llamado “colombianos por la paz”. Los otros fueron el senador Rodrigo Lara, el abogado Eduardo Carreño y Danilo Rueda, de la Comisión Intereclesial. Dato curioso: en la nota que publicó en El Espectador sobre ese evento Cepeda no menciona a esas personas.

 

El relato de Iván Cepeda es diferente de los otros sobre ese encuentro. El Tiempo dijo que los paramilitares Mancuso y John 40 hicieron saber que están dispuestos a continuar y agilizar su participación en  el proceso de la ley Justicia y Paz y que piden  garantías y seguridad para sus respectivas familias. La versión de Cepeda tiene otros acentos.

 

El asegura que Mancuso dijo que la extradición de los jefes paramilitares  fue hecha ante la “inminencia de las confesiones” y que éstas  “implicarían a sus aliados políticos, militares y económicos, que hoy detentan las más altas posiciones en el Estado”. Cepeda asegura  que Mancuso le “confirmó”, a él y a Piedad, lo que ya ellos “intuían”, es decir,  la supuesta “responsabilidad criminal de determinados líderes políticos y agentes estatales”. 

 

El informe de Iván Cepeda es extraño. Este se guarda bajo la manga las supuestas “revelaciones” hechas por el ex jefe paramilitar, las cuales son descritas por Cepeda como “la verdad”. ¿Qué está esperando Cepeda para decir esa “verdad”?  ¿Quienes son esos “aliados políticos, militares y económicos” [de Mancuso] que hoy “detentan” las más altas posiciones “en el Estado”? ¿Cuando  lanzará los nombres?

 

Alguien está mintiendo. O Mancuso o el simpático dúo. Mancuso no puede haber olvidado que él había comenzado a “confesar” su horrible carrera criminal, antes de ser extraditado. El emprendió su “versión libre” el 19 de diciembre de 2006 cuando pidió perdón  y lloró ante los fiscales. El continuó en enero de 2007 cuando reconoció más de 30 crímenes, y pudo haber seguido en eso si lo hubiera querido hasta su extradición, el 13 de mayo de 2008, cuando fue embarcado en un avión en compañía de otros 13 altos ex jefes paramilitares. ¿“Confesión inminente”? Mancuso y los otros fueron extraditados precisamente por no querer ir al fondo de lo que les exigía la ley Justicia y Paz: contar todas sus fechorías.

 

Hay algo más. Mancuso siguió testimoniando por vía satélite desde la prisión norteamericana. La revistaSemana (18 de noviembre de 2008) recopiló parte de esas declaraciones. ¿Por qué lo que no dijo Mancuso en esas ocasiones, los famosos “nombres” que evoca Cepeda, ahora si lo habría dicho a esos dos artistas del humanismo? 

 

Cepeda dice algo que El Tiempo no dice: que para “garantizar el silencio” se mantiene “bajo amenazas a las familias” de la cúpula paramilitar. Iván Cepeda invoca, además, una supuesta reserva del sumario. “Por ahora su contenido [la “verdad” de Mancuso] se mantiene en la reserva de las investigaciones. Ante la ausencia de un acuerdo integral de cooperación judicial, todavía es posible mantenerla al margen de los procesos que se adelantan en Colombia.” Ello es ilógico. Esa “reserva” obliga  a las autoridades judiciales norteamericanas, pero no a los particulares, ni a esos activistas. Si Córdoba, Cepeda y sus acompañantes recibieron “la verdad” de boca de Mancuso ¿qué esperan para decirla?

 

Con su salida, Cepeda parece querer imponer una visión errada del derecho: lo que dice ahora Mancuso es la verdad. Bien diferente debe ser la actitud de los jueces norteamericanos y colombianos y de la prensa en general: lo dicho por un reo  debe ser investigado primero, antes recibir la etiqueta de “verdad”.

“La senadora [Piedad Córdoba] ha demostrado que ejerce a conciencia y con aceptación de la guerrilla, [la] plena vocería política de las Farc. Dada esa identificación política con el grupo guerrillero, su papel mediador no se entiende --como sí es el caso de la Iglesia y de la Cruz Roja-- como manifestación apolítica y humanitaria, sino que se revela como una más de sus actuaciones en causa propia del grupo al que adhirió”, dijo en su editorial El Mundo de Medellín, el 27 de abril de 2009.

 

Dado ese grado de compromiso adquirido por la senadora Córdoba con las Farc no se entiende cómo  el gobierno colombiano acepta que un asunto tan delicado y complicado como el de las confesiones de los ex paramilitares extraditados a Estados Unidos pueda sufrir una interferencia tan grave. El grupo que acompañó a Piedad Córdoba a Washington está lejos de ser neutral: todos piensan lo mismo acerca del actual gobierno.

 

Lo ocurrido en el penitenciario de Washington y la versión dada por Iván Cepeda, refuerza la sospecha que tienen muchos colombianos. Con esas movidas, Piedad Córdoba persigue un objetivo: obstruir la posibilidad de una tercera elección de Álvaro Uribe. En ello también estaría Salvatore Mancuso: fue él quien le pidió a la senadora esa visita.

 

Poco antes del viaje de ese grupo a Washington, el presidente Uribe fustigó a los cómplices civiles de las Farc, criticó la impunidad que ellos gozan y señaló que la justicia trata de manera diferente el tema de la Farc-política y el de la para-política. Las Farc están tratando, en efecto, de incidir en la escogencia del candidato presidencial del liberalismo y trata de orientar el bloque que se opone a la reelección del presidente. La entrevista de Piedad Córdoba con los congresistas Bill Delahunt y James McGovern, dos amigos del régimen chavista, tiene que ser vista desde ese ángulo. Tales contactos están diseñados para redorar, por otra parte, el blasón de la senadora, bastante desdibujado por la marginalización en que se halla sobre el tema de los rehenes, tras la negativa del jefe de Estado colombiano a que esas liberaciones se conviertan en un show publicitario a favor del terrorismo y de los secuestros.

 

Uribe ha decidido no permitir que Piedad Córdoba participe en el acto de liberación del rehén Moncayo, mientras que las Farc insisten en entregarle a ella ese secuestrado. Algunos sectores han pedido a Piedad Córdoba que se retire de ese acto para quitarle a las Farc el pretexto de la no entrega del rehén y tengan que aceptar los mediadores neutrales, la Iglesia y la CRI. Pero Córdoba ha rechazado esa salida. Una conclusión se impone: a la senadora le interesa tanto la liberación de Pablo Emilio Moncayo como le interesó en una época la liberación de Ingrid Betancourt, es decir, nada.

 

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