sábado, 30 de mayo de 2009

En la boca del monstruo

Por Oscar Tulio Lizcano

La Patria, Manizales

Mayo 29 de 2009

Yo, que sufrí la hostilidad de este grupo en la selva, me asombré al descubrir las barbaridades que cometen a diario y que en algunos casos no pude ver, pese a estar en la boca del monstruo. 

Durante el tiempo que estuve secuestrado por las Farc fui testigo mudo e invisible de algunos casos de ejecuciones, tomas a poblaciones, secuestros y combates por parte de los hombres y mujeres que integran este grupo armado. Conocí muchas historias que quedaron truncas y que guardé en mi memoria a manera de preocupación como testimonio contundente de la guerra absurda que padecemos los colombianos. 

Cuando se llegó por fin el momento de exhalar lo que llaman los griegos la primera posesión del hombre sobre la tierra: la libertad, me pregunté de nuevo por la suerte de esos muchachos que fueron mis carceleros y particularmente por aquellos guerrilleros que se quedaron en el monte aquel 24 de octubre de 2008, cuando partí con Isaza a recuperar el rumbo de mi vida. 

Muchos de esos recuerdos quedaron sepultados en la selva, silenciosos y amordazados. Algunos de estos hombres y mujeres que me cuidaron durante más de ocho años en las pútridas selvas de Risaralda y Chocó están desmovilizados. A algunos de ellos los recuerdo por el buen trato que me dieron, a otros, porque fueron mis más despiadados verdugos. 

Cuando decidí narrar mi largo y doloroso cautiverio a través de un libro -con el apoyo de una importante editorial colombiana-, pensé que debía ser más que un simple relato como el que hicieron muchos de los secuestrados que hoy son libres. Quise que mi relato fuera un aporte para que el país conozca la verdad de los hechos que las Farc han ocultado utilizando la desinformación. 

Por lo tanto, me di a la tarea de investigar a fondo los rumores y las terribles historias que escuché y viví de cerca durante estos años. La labor de campo fue dispendiosa y me dejó como resultado más de 100 horas de entrevistas grabadas con los protagonistas, con mis carceleros hoy desmovilizados. 

Aquellos relatos que iba recolectando me fueron dando pistas para acercarme con avidez insaciable a la realidad. Corroboré y crucé cada dato hasta acercarme a la versión más veraz. Busqué y recopilé documentos escritos y audiovisuales emitidos por los mismos guerrilleros, material incautado por organismos de inteligencia del Estado e interceptaciones; entrevisté a militares, policías y funcionarios públicos. En varias ocasiones viajé incluso a los lugares que tuvieron que ver con mi secuestro. 

Yo, que sufrí la hostilidad de este grupo en la selva, me asombré al descubrir las barbaridades que cometen a diario y que en algunos casos no pude ver, pese a estar en la boca del monstruo. Pude concluir que aquellos muchachos que quedaron en la selva se mantienen bajo la intimidación y el terror y que cualquier intento que hagan por buscar la libertad les costaría la vida, como les sucedió a muchos de los protagonistas de mi narración. 

Puedo decirles con tranquilidad que esta narración carece de odio. De lo contrario me mantendría encadenado a esa selva que fue mi prisión durante más de ocho años.

   

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