Por Juan Santiago Vélez Hernández
Mayo 25 de 2009
La última encuesta publicada por el Instituto de Bienestar Familiar, realizada en 2007, habla que cerca del 20% de los niños en Colombia hasta los 9 años no consumen productos cárnicos. Reportan igualmente que 13% de los menores entre 2 y 3 años y 21% entre 4 y 8 años, no consumen lácteos; es más, el estudio asegura que la mitad de ese mismo grupo poblacional ni siquiera tiene acceso a una proteína tan básica como es el huevo.
Lo anterior nos lleva a concluir que, de acuerdo con el último censo poblacional realizado en 2007, de los 8 millones 403 mil niños que existen de
La proteína de la carne y la leche son esenciales en el desarrollo físico y mental en las primeras etapas de la vida. El país está levantando niños mal nutridos sin ninguna expectativa de vida, muchos de los cuales hoy refuerzan las filas de los grupos subversivos ante la imposibilidad de tener acceso a una buena educación y a un futuro laboral que les permita llevar una vida más digna. Son pequeños que no han tenido infancia, son niños tristes que se convierten en adultos antes de los 14 años. Nuestra niñez enfrenta un futuro incierto cuando se mezclan el hambre y el analfabetismo.
Ante estas dramáticas estadísticas, no podemos ser indiferentes. Estamos, ni más ni menos, frente a las futuras generaciones del campo, pero con familias y niños mal nutridos difícilmente podremos hablar de un sector rural fortalecido y de avanzada.
Aunque tenemos claro que esta problemática y su solución es responsabilidad -en buena parte- de las entidades del Estado, los líderes y quienes laboramos en el sector agropecuario no podemos permitir que estas cifras continúen creciendo. Comencemos por nuestros trabajadores en las fincas: busquemos la forma de que sean autosuficientes a través de granjas integrales, brindémosle las herramientas para aprender y disponer de sus propios alimentos y de sus viviendas, haciendo énfasis en la preservación del recurso natural.
Promovamos la creación de escuelas en las veredas o cerca de nuestras empresas ganaderas y emprendamos programas orientados a contribuir con la nutrición de nuestra población infantil y a generar políticas de orden social que involucren a la familia campesina.
Hago una invitación a todos mis colegas ganaderos a no perder la sensibilidad social, pues no debemos olvidar que los ganaderos producimos dos de los productos básicos más importantes de la canasta familiar esenciales para el desarrollo físico y mental de nuestros niños y de todos los colombianos: la carne y la leche.
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