Àlvaro Valencia Tovar
El Paìs, Cali
Octubre 26 de 2009
“Nunca tuve tanto miedo como hoy para escribir una carta... Con esta frase inicia Juan Pablo Escobar la valerosa misiva dirigida a Rodrigo Lara y a los hermanos Juan Manuel, Claudio y Carlos Fernando Galán, el hijo del asesino de los padres de estos jóvenes, coetáneos de generación. Es quien, bajo el seudónimo de Sebastián Marroquín, busca el perdón de ellos y de la sociedad colombiana por la conducta sanguinaria y brutal de su padre.
La misiva conmovedora, sincera, franca en el juicio de la trayectoria funesta de su progenitor, decide sacar del anonimato al niño que a los 15 años emprendió con su madre y su hermana menor el duro camino de los exiliados sin patria, expulsados por una sociedad que veía en ellos la fatídica herencia del capo que inundó de sangre y dolor esa patria y esa sociedad.
Su actitud y la respuesta de los cuatro destinatarios constituye una leción que Colombia entera debería asimilar como ejemplo e inspiración de su comportamiento social. En el alma atormentada del autor alienta la generosidad. Sumergido en la tragedia interior de saberse hijo de un empedernido criminal –al que quiso entrañablemente–, busca con angustia el perdón de quienes sabe profundamente heridos desde niños por su padre, como ayuda para recobrar la paz ansiada en el hondón de su espíritu. Ellos, superando el rencor acumulado desde la orfandad de una infancia dislocada por la muerte dispuesta con helada voluntad asesina por el padre de quien clama por su perdón, lo otorgan con generosidad y comprensión. No renuncian a que la justicia caiga sobre cómplices y encubridores de los crímenes atroces. Pero liberan de toda carga culpable a quien con sublime valor les pide perdón como hijo del que destrozó sus existencias.
El exitoso arquitecto y diseñador asilado en Argentina, que bajo la cubierta del anonimato lleva una vida placentera, sufre tremendo desasosiego interior. “Me he propuesto, dice en su carta, liberar estos nudos que enredan mi garganta. No conozco fórmulas para ello y no creo que existan más allá de mi humana voluntad de descubrir la paz. La paz que busco cada día dentro de mí para poder pensar, para poder vivir....”. Es lo mismo que Colombia busca desesperadamente. Paz en la cual el perdón deberá ocupar sitial preponderante o no la hallaremos jamás.
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