Carlos Caballero Argáez
El Tiempo, Medellín
Octubre 24 de 2009
Paul Krugman escribió la semana anterior en The New York Times sobre el poder destructivo de las malas ideas (12 de octubre de 2009). Se refería al debate actual en Estados Unidos con respecto a la manera de contener la devaluación del dólar frente al euro, el yen y las monedas de los países emergentes -Colombia incluida-. Muchos allá consideran que la caída del dólar es terrible y que el Banco de la Reserva Federal debe hacer algo para evitarla.
La discusión estadounidense es, curiosamente, idéntica a la colombiana, pero en sentido contrario. La alarma aquí es por la fuerte revaluación del peso. Pero la presión es, también, para que el Banco de la República "haga algo". Allá los presidentes de los bancos regionales de la Reserva hablan en público sobre la necesidad de subir las tasas de interés. Aquí se le solicita al Banco de la República que las baje. Y el mismo Presidente de la República -con mayor respeto que en el pasado, es cierto- pide que el Gobierno y el Banco "busquen fórmulas para establecer una tasa de cambio estable y competitiva".
En un ambiente así, aumenta notablemente el riesgo de que las malas ideas den lugar a malas medidas económicas y a malas políticas.
Krugman hablaba en su columna del peligro de volver a la mentalidad del "patrón oro", de fijar el precio del dólar con respecto al oro cuando se sabe bien, hoy en día, que fue precisamente esa concepción la causa principal de la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado. Y del riesgo de incrementar las tasas de interés cuando, en su opinión, con un desempleo de 9,8 por ciento en los Estados Unidos, una medida de esta naturaleza conduciría no una recesión como la del último año, sino a una depresión económica como la de hace 80 años.
En Colombia tampoco es despreciable el riesgo de las malas ideas. En su columna de El Colombiano de hace unos días el ex ministro Rodrigo Botero Montoya manifestaba su preocupación por la posibilidad de que un decreto gubernamental modificara la cotización del dólar llevándolo de 1.800 a 2.350 pesos, lo cual significaría "envilecimiento de la moneda nacional" y "un retroceso de medio siglo en el manejo de la política económica" ('La propuesta de fijar la tasa de cambio', 15 de octubre de 2009).
Volver al "patrón oro" en los Estados Unidos o "fijar" la tasa de cambio en Colombia son propuestas equivalentes para economías muy distintas. Ambas, naturalmente, son ideas pésimas. Lo grave y lo más inquietante es que tanto Krugman como Botero estén alertando a quienes tienen la responsabilidad del manejo de la política cambiaria y de la monetaria sobre las consecuencias de adoptar este tipo de medidas. Si lo hacen, es porque existe alguna probabilidad de que a las autoridades respectivas, o a quienes las presionan, se les haya pasado por la cabeza semejante locura. Y eso, de por sí, sería ya peligroso para la buena marcha de la economía.
Una de las razones por las cuales Colombia ha sobrevivido bastante bien a la crisis internacional de los últimos doce o quince meses es porque cuenta con un sistema de tasa de cambio libre. El movimiento del dólar permitió que a finales del año anterior el peso se devaluara sin traumatismo y que, simultáneamente, el Banco de la República pudiera bajar las tasas de interés. Algo muy distinto sucedió en las crisis de 1930, de 1984 y de 1998, cuando no existía esa flexibilidad y era necesario devaluar administrativamente. Ahora bien, es cierto que el precio del dólar en Colombia ha caído excesivamente y que la volatilidad en el mercado cambiario dificulta enormemente el manejo de los negocios. Eso no justificaría, sin embargo, que el Gobierno o el Banco de la República adoptara malas medidas.
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