sábado, 31 de octubre de 2009

¿Fin de la crisis?

Editorial

El Tiempo, Bogotá

Octubre 31 de 2009


La larga crisis política en Honduras empezó ayer a resolverse tras la firma del Acuerdo de Tegucigalpa-San José por parte de los delegados del presidente de facto, Roberto Micheletti, y el depuesto mandatario, Manuel Zelaya. Transcurridos cuatro meses del golpe del 28 de junio pasado, los hondureños, con la ayuda de Estados Unidos y la Organización de los Estados Americanos, vislumbran una solución pacífica y negociada que, en pocos días, podría retornar el país al orden constitucional previo a la crisis.

Las dos facciones en disputa acordaron que el regreso a la presidencia de Zelaya sea definido por el Congreso hondureño, lo que vendría acompañado de la designación de un gabinete de unidad nacional. A cambio, el mandatario derrocado desistiría de sus intenciones de reformar la Constitución para reelegirse y terminaría los tres meses que restan de su período. Así, ninguno de los dos protagonistas más visibles de la crisis podrá lanzarse como candidato a las elecciones presidenciales, programadas para el próximo 29 de noviembre.

Los componentes del acuerdo satisfacen, en cierto grado, a las distintas partes del conflicto, que ya estaban llegando al punto del agotamiento. Para los países que integran la OEA -que condenaron el golpe militar-, la restitución del presidente Zelaya y, con él, del orden constitucional y democrático es el logro más importante. Para los seguidores del mandatario legítimo, el regreso al poder es en sí mismo una constancia histórica de que fueron víctimas de una intentona golpista. Además, luego de regresar clandestinamente a la embajada brasileña en Tegucigalpa, el tiempo estaba corriendo en contra de tales aspiraciones, pues al líder depuesto le quedaban menos de cien días de mandato.

Y en el caso de Micheletti y los promotores del régimen de facto, se cierra la puerta para que Zelaya se reeligiera e instaurara un gobierno cercano al chavismo. Además, la legitimidad de las próximas elecciones fue finalmente reconocida tanto por todos los hondureños como por la comunidad mundial. A los golpistas -y a la élite política y empresarial que los respaldó- las sanciones internacionales ya estaban empezando a crearles molestias e inconvenientes. Pero la victoria más sentida es indudablemente el hecho de que el regreso a la normalidad política en el pequeño y pobre país centroamericano se está dando sin guerras civiles ni largos y cruentos conflictos internos, ni masivas violaciones de los derechos humanos.

Otro ganador del acuerdo es Estados Unidos. La crisis política en Tegucigalpa se convirtió en el primer termómetro de la agenda exterior que la administración de Barack Obama está planeando desplegar en la región. De la manera como la diplomacia estadounidense manejara el caso hondureño dependería la credibilidad futura de la estrategia de Washington en América Latina. Sin embargo, luego de la condena inicial del golpe, los meses pasaron y el multilateralismo y el diálogo que predica hoy el Departamento de Estado, bajo el mando de Hillary Clinton, no parecían ser capaces de facilitar el retorno de Zelaya y de presionar a los golpistas. Primero Venezuela y luego Brasil aprovecharon la aparente inacción de los estadounidenses para buscar, con estilos opuestos, mejorar su posición de liderazgo en la región. Por último, dentro de la lista de prioridades exteriores de la Casa Blanca, como Afganistán e Irak, Honduras sencillamente no aparecía.

No obstante, el equipo diplomático norteamericano ha sido uno de los protagonistas de un acuerdo cuyo desarrollo, en todo caso y dada la polarización vista, será necesario monitorear de cerca. Pero, siendo optimistas, hay que celebrar la restitución de la democracia en Honduras, así como lo hecho por Barack Obama y la OEA que, después de un primer momento errático en el manejo de la crisis, pudieron enmendar la plana.

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