martes, 27 de octubre de 2009

¿A qué juega Brasil?

Antonio de Roux

El Colombiano, Medellín

Octubre 26 de 2009

La política exterior brasileña toma caminos desconcertantes. La cuestión es llamativa porque ese país fue reconocido durante décadas por la seriedad, la coherencia y el profesionalismo de su diplomacia. En este campo se trataba de un referente obligado para América Latina.

El abrigo brindado al ex presidente hondureño Manuel Zelaya por la embajada brasileña en Tegucigalpa es todo un embrollo. Él había intentado romper el orden constitucional para atornillarse en el poder, siendo expulsado por una trinca conformada entre el Congreso, la Corte Suprema y los militares. Son dos bandos partícipes en conductas igualmente deleznables. Cuando Zelaya decide regresar, movida encaminada a despertar el apoyo popular, Brasil lo acoge en su embajada. Se intenta así dar una extensión inapropiada al derecho de asilo, figura diplomática cuya finalidad es proteger a los antiguos gobernantes y a sus partidarios tras la ocurrencia de un golpe o ruptura del orden institucional. Por supuesto, el derecho de asilo no tiene como objetivo brindar una plataforma para que los mandatarios defenestrados retornen a su país, con protección de un estado extranjero, en busca de su restitución en el poder.

Por otra parte, la actitud obsequiosa del presidente Lula frente al régimen iraní es incomprensible. La teocracia ultraconservadora aposentada en la nación persa da muestras de no estar interesada en respetar los más elementales principios democráticos y humanistas. Narges Kalhor, directora de cine refugiada en Alemania y perteneciente a las nuevas generaciones, expresaba en declaraciones entregadas al New York Times los sentimientos que la situación provoca: “Deseamos vivir, no queremos afrontar persecuciones por expresar nuestras opiniones políticas. Las mujeres no podemos caminar en las calles sufriendo el temor constante de ser amenazadas por mostrar un mechón del cabello”.

En el ámbito político Irán tiene centenares de detenidos. Su delito fue atreverse a demostrar inconformidad frente a la discutida reelección alcanzada, el pasado junio, por el presidente Ahmadinejad. El régimen no se ha parado en pelos para aplicar sentencias abrumadoras a los disidentes ni para perseguir y amenazar a sus líderes, como el clérigo progresista Mehdi Karroubi, quien podría afrontar cargos conducentes a la pena capital. Mientras todo esto sucede, hay indicios serios de que el país está empeñado en construir un arsenal nuclear suficientemente poderoso para arrasar, según los dictados de sus propios caprichos, a los vecinos que considera indeseables como Israel.

Las sorpresas dadas por Brasil tienen otro ámbito. Como lo ha registrado la misma prensa norteamericana, ese país viene mostrando su reluctancia en las Naciones Unidas para aprobar resoluciones condenatorias contra países que violan reiteradamente los derechos humanos. Entre estas se cuentan el Congo y Corea del Norte.

Los signos mencionados llevan a pensar que la política exterior brasileña abandonó su propio rumbo, para alinearse con la Cancillería de Venezuela. Distorsionar el derecho internacional para favorecer a un presidente perteneciente al grupo del Alba, coquetear con Irán y asumir una actitud ambigua en materia de derechos humanos son demasiadas coincidencias.

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