Héctor Abad Faciolince
El Espectador, Bogotá
Octubre 25 de 2009
La Iglesia Católica prohíbe la masturbación y el onanismo (derramar la simiente fuera del vaso sagrado de la mujer) por una antigua ignorancia biológica: antes se creía que en el semen había un hombrecito ya formado (el homúnculo) y por lo tanto tirarlo al suelo equivalía a asesinarlo.
Estaba tan afianzado este prejuicio que Leeuwenhoek —el gran afinador del microscopio— declaró haber visto con sus ojos, a través de sus lentes mejoradas, a un hombrecito en miniatura escondido en el esperma. Esta “pérdida de un ser humano” justificaba la prohibición de la paja masculina. Pero como la mujer no emite simiente alguna cuando se toca, ¿por qué no permitir al menos la masturbación femenina, que a nadie mata ni produce en la mujer ningún efecto fuera del goce solitario? Esta pregunta no ha recibido una buena respuesta.
La Iglesia Católica prohíbe la química (píldoras y óvulos anticonceptivos) y la física (condones, dispositivos intrauterinos) para prevenir el embarazo. Admite solamente, y apenas en algunos casos, la aritmética (el método del ritmo). El sexo pierde su sentido sagrado, para ellos, si no se dirige a la procreación.
En un embarazo ectópico el óvulo fecundado empieza a crecer donde no es: en los ovarios o, más frecuentemente, en las trompas de Falopio. A las ocho semanas, si no se elimina química o quirúrgicamente este “ser humano”, la trompa de Falopio explota por la presión de las células que crecen, y se producen hemorragias e infecciones internas y hay peligro de muerte. Antes de la medicina científica, las mujeres se morían casi siempre en un embarazo ectópico. Para un antiabortista coherente, como ese embrión es una persona, el tratamiento abortivo del embarazo ectópico debería estar prohibido y castigado con la cárcel, pues desde su punto de vista no es más que un asesinato.
Antes de 20 semanas de gestación un feto humano no es viable. Puede vivir conectado a otro cuerpo (el de la mujer) y no más. En rigor, es una especie de parásito, y todos lo hemos sido. Si la madre está de acuerdo con dar a luz, este sacrificio es hermoso y se justifica plenamente. Si no, es como si le conectaran a ella (por el ombligo) la circulación de un enfermo de los riñones para que le haga una diálisis humana durante nueve meses. Nos dirían: si lo desconectamos se muere: ¿pero tiene alguien derecho a estar conectado a una mujer, puede imponerle eso por defender su vida?
No es cierto que la Iglesia Católica defienda siempre la vida. En el Catecismo aprobado por el papa Juan Pablo II (y supervisado por Ratzinger) se permite la pena de muerte. En el numeral 2266 se dice que la enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye el recurso a la pena de muerte. Lo cual es una forma de permitir que la autoridad pública mate seres humanos. En general los antiabortistas furibundos son también furibundos partidarios de la pena de muerte.
En la fecundación asistida (bebés probetas, inseminación in vitro, tratamientos de fertilidad) hay que escoger los mejores embriones y descartar otros. En un óvulo fecundado no hay una vida humana en potencia: hay muchas. Un huevo se puede partir en dos, en tres, en muchos. ¿Cuántas almas caben ahí? En teoría en cualquier célula del cuerpo humano hay material genético para crear una nueva vida. Desde el punto de vista del antiabortista, entonces, toda célula que matemos, así sea del pelo o de los codos, sería eliminar un ser humano en potencia.
El aborto no es un método deseable de control natal. Es un procedimiento extremo de emergencia. En todos los países europeos desarrollados y en Estados Unidos está permitido en casos mucho más amplios que los aprobados por la Corte colombiana. Pero ya es algo muy positivo que aquí se pueda hacer ese procedimiento cuando hay violación, peligro para la madre o malformación del feto. Es una decisión sensata. La trinca del Procurador y sus aliados nos quieren quitar este avance en el camino de disminuir la infelicidad y las tragedias de muchas mujeres. Si lo logran, lo único que conseguirán es que aumente el peligroso y mortal aborto clandestino.
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