Por Santiago Montenegro
El Espectador, Bogotà
Octubre 26 de 2009
Más de treinta historiadores de diversas partes del mundo discutieron en el Encuentro Internacional con la Historia, celebrado en el Teatro Heredia de Cartagena y organizado por la Consejería para el Bicentenario y Colciencias, entre el 21 y el 23 de octubre, sobre lo que se ganó y se perdió con la Independencia, y cómo se dio este proceso en los diferentes puntos del país.
Para cerrar este importante evento, el panel final fue dedicado a argumentar la relación crucial entre el conocimiento y el desarrollo económico y social y, en particular, se discutió el papel de la ciencia, la tecnología y la innovación en el futuro de Colombia.
Como director y editor del documento Visión Colombia Segundo Centenario, 2019, fui invitado a hacer una reflexión sobre las metas que, hace cuatro años, se propuso alcanzar Colombia en ciencia, tecnología e innovación (CTI). Tengo que confesar que, al revisar las cifras, quedé muy preocupado, porque cuando se lanzó la Visión del Segundo Centenario se planteó que Colombia debía lograr, para 2010, una meta de inversión en CTI equivalente a 1% del PIB y, para 2019, de 1,5% del PIB, distribuidos por igual entre el sector público y el sector privado. Infortunadamente, la inversión actual se encuentra en un rango entre 0,18 y 0,40%, dependiendo de la flexibilidad de la definición que se utilice. Claramente, no se va a lograr la meta propuesta para 2010 y, de seguir la tendencia actual, tampoco se alcanzará la de 2019. En dicho ejercicio se propuso también que Colombia debía tener, en 2010, unas 40 mil personas de tiempo completo dedicadas a actividades de CTI, cifra que debía subir a unos 50 mil hacia 2019. Según los técnicos de Colciencias y del DNP, el número de personas dedicadas a estas actividades en la actualidad está en un rango entre 15 y 20 mil. Hace cuatro años se planteó, igualmente, que el país debería tener seis centros de excelencia en CTI para 2010 y 20 para 2019: hoy en día existen cinco, pero no se puede decir que están consolidados porque no tienen ni independencia presupuestal ni líneas definidas de investigación. Asimismo, la Visión del Segundo Centenario planteó la necesidad de que Colombia contara con, por lo menos, tres universidades calificadas entre las mejores 500 del mundo. Sin embargo, constatamos que, de acuerdo con el indicador del Times Higher Education, hoy en día sólo la Universidad de los Andes se encuentra en ese grupo privilegiado y ninguna aparece en el índice que prepara la Universidad de Shanghai.
De igual manera, en la discusión se argumentó que en Colombia el acceso a la educación superior es muy alto para los jóvenes de familias de niveles de ingresos altos, en tanto los de familias pobres tienen coberturas escandalosamente bajas. Todas estas cifras son muy preocupantes e imponen un reto muy grande a los gobiernos nacionales y, en particular, al Ministerio de Educación y a Colciencias, recientemente convertida en departamento administrativo. Esos preocupantes indicadores son también un reto para el sector privado y para la sociedad en su conjunto. Porque no puede caber la menor duda de que el futuro desarrollo económico y social de Colombia, ¿medido por el PIB per cápita, el nivel de pobreza o el coeficiente de GINI?, es una función de la inversión presente en educación y en CTI. Después de todo, no podemos olvidar que, según John Kao, uno de los grandes expertos del mundo en innovación, los países desarrollados no invierten en CTI porque son ricos, sino que son ricos porque invierten en CTI.
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