Javier Abad Gómez
El Heraldo, Barranquilla
Diciembre 8 de 2009
En el aniversario que se celebró el domingo 29 de noviembre, vale la pena dejar claras unas cuantas verdades.
Galileo Galilei no fue quemado vivo ni sometido a tortura. No pasó ni una hora en la cárcel, ni sufrió violencia física, sino que fue alojado y tratado con toda clase de atenciones. Sólo le quedó una obligación: rezar una vez por semana los siete salmos penitenciales. Esta «pena» terminó a los tres años, pero él la continuó libremente, como creyente que era.
La prohibición temporal de enseñar públicamente la hipótesis heliocéntrica copernicana, como si ya estuviera demostrada, no sólo era legítima, sino también consecuente en el plano científico. La primera prueba experimental indiscutible data de 1748, más de un siglo después. Es algo así como el rechazo de un artículo inexacto y sin pruebas por parte de la dirección de una moderna revista científica.
Las ‘verdades’ científicas no son indiscutibles a priori: son hipótesis transitorias. Desde un punto de vista intelectual es evidente que hubo un error de parte de los jueces que condenaron a Galileo. Pero el error no es delito. Y no fue un error concerniente a la fe: tanto el juicio de 1616 como el de 1633 son decretos que, como tales, no pertenecen a la categoría de las afirmaciones infalibles. Se trata de documentos de hombres de Iglesia, no de dogmas católicos. A pesar de todo, el Papa Juan Pablo II pidió perdón en nombre de la Iglesia.
La ilustración y, luego, los marxistas, crearon alrededor de Galileo un ‘caso’, útil a una propaganda que quería (y quiere) maltratar a la Iglesia y demostrar la incompatibilidad entre ciencia y fe. Algo que ciertamente no existe.
PD. Qué bien viene leer con atención el hermoso artículo de Gustavo Bell, en la Edición del pasado domingo 29 de noviembre: “El cielo de Galileo”. Excelente y completo.
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