Editorial
El Nuevo Siglo, Bogotá
Diciembre 8 de 2009
Las elecciones presidenciales del domingo pasado en Bolivia transcurrieron en medio de una gran tensión y sin mayores expectativas en cuanto los distintos sondeos y las encuestas le daban el triunfo a Evo Morales. Los resultados se perfilaban tal como se dieron a conocer en las urnas. El presidente Evo Morales con un holgado 62 por ciento, superó el 60 por ciento previsto en los sondeos de la víspera, Reyes Villa, de un 30 por ciento que se esperaba o algo más, bajo al 27% y Doria Medina, escasamente consiguió el 6 por ciento. Así que de lejos ganó el continuismo. La jornada electoral se desarrolló como estaba previsto, las elecciones se iniciaron a la hora convenida, los jurados y los observadores se hicieron presentes desde temprano, la población, a su vez, se movilizó sin prisa a votar. Los medios internacionales reseñaron la votación como ejemplar, algunos dicen que se trató de una fiesta popular de adhesión al régimen. El primer gobierno en años que le habla duro a Chile y de cuando en cuando discrepa de Brasil o de Argentina, con un fuerte discurso contra Estados Unidos. Ese nacionalismo indigenista ha dado resultados. El lenguaje mordaz de Morales, que suele repetir los lugares comunes de Fidel Castro, para conmover multitudes, le permite cosechar dividendos, así nadie pueda explicar a ciencia cierta en qué consiste la revolución en Bolivia, país en donde en el peor sentido aristotélico del término se votó por una monocracia, claro, sin utilizar el término acuñado hace cientos de años por el filosofo griego.
Y es que en Bolivia lo que se entiende como democracia en Occidente no es lo mismo, el caudillismo, la figura, el elemento conductor es fundamental para movilizar a los electores, sin importar mucho sus ideas, ni las supuestas divisiones entre derechas o izquierdas, que allí carecen un tanto de sentido. El mismo comandante Che Guevara se equivocó al juzgar al pueblo boliviano, pensando que su presencia en las montañas de los Andes haría brotar guerrilleros en todo el país; en su diario deja traslucir que, en ocasiones, es más fácil movilizar una piedra con el verbo que a los indígenas de la sierra, quienes finalmente lo delataron y condujeron a las tropas hasta la guarida donde yacía herido, para ser rematado por los soldados. Cualquiera diría que el triunfo de Evo Morales es un gran triunfo de la democracia, lo cierto es que las etnias y los grupos de indígenas votaron según las indicaciones del gobierno a sus jefes. No se trató de una decisión razonada o de voluntad, como imaginó Rousseau las elecciones. Y no se votó por la democracia, que ni en Bolivia ni en otros países de la región se sabe, exactamente, qué es entre los desarrapados y las masas hambrientas.
Es de reconocer que a diferencia de otros certámenes electorales anteriores, esta vez no hubo casi heridos ni se presentaron graves reyertas callejeras. La táctica del oficialismo de convocar a diversas elecciones en el pasado y concitar al regionalismo y la autonomía de las diversas etnias en las zonas de su control, con la promesa de respetar su independencia para manejar los recursos oficiales, se convirtió en la zanahoria para movilizar la gente, favoreció la afluencia de la clientela electoral. Al tiempo que desgastó a la oposición que llego a la elección presidencial exhausta y con las alforjas vacías. Los grupos indígenas al votar reafirmaban la decisión de extender el gobierno de Morales, como en los tiempos ancestrales gobernaban los caciques, por derecho de guerra y de sucesión. Así que al sucederse Morales a sí mismo, se avanza hacía una monocracia electoral, que es lo contrario de la democracia. En particular por cuanto al obtener los dos tercios del legislativo, el gobierno queda en condiciones de imponer su voluntad a capricho. Por lo que no se consigue el equilibrio democrático, ni se cumple con los contrapesos o el instaurar organismos de control independientes, todo el poder pasa a manos del gobernante.
Lo peor es que la monocracia aspira a someter a como dé lugar a las regiones más prósperas del país, que se mantienen adversas al modelo de gobierno a la cubana de Morales, es decir, que se ejercerá la dictadura de las mayorías para asfixiar a los productores y los pocos industriales que han sobrevivido a la crisis, seguramente con el beneplácito de los revanchistas de la sierra, así sigan pasando aulagas y necesidades o se beneficien poco de la acción gubernamental.
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