lunes, 7 de diciembre de 2009

Un toque de incertidumbre

Charles Krauthammer

Diario de América, Nueva York

Diciembre 6 de 2009


Lucharemos en el aire, lucharemos en las pistas de aterrizaje, lucharemos en los campos y en las colinas - durante 18 meses. Después empezaremos a retirarnos.

Nunca nos rendiremos - a menos que la guerra resulte demasiado cara, en cuyo caso citaremos a Eisenhower hablando de “la necesidad de mantener el equilibrio dentro y entre los programas nacionales” y luego insistiremos en que “simplemente no podemos ignorar el precio de estos conflictos”.

Las citas son del discurso de Obama en West Point anunciando el incremento de efectivos en Afganistán. Qué discurso más extraño fue – un toque de armas totalmente ambivalente, tentativo, a la defensiva.

Lo cual vació de cualquier contenido su afirmación en el último minuto de “firme decisión”. Pretendió ser estimulante. Se quedó muy lejos de ello. En agosto llamó a Afganistán “una guerra de necesidad”. La noche del martes, definió “lo que está en juego” como “la seguridad común del mundo”. La seguridad del mundo, nada menos. Pero aún así, ¿empezamos a marcharnos en julio de 2011?

¿Piensa que esta ambivalencia no es recogida por los talibanes, por los campesinos afganos que deciden qué bando eligen, por los Generales paquistaníes que se cubren sus espaldas, por los aliados de la OTAN que ya están con un pie fuera de Afganistán?

Sin embargo, la mayoría de los partidarios de la Guerra de Afganistán estaban satisfechos. Sacaron la política, los de izquierdas sacaron el discurso. Los militaristas obtuvieron las tres cuartas partes de lo que quería el General Stanley McChrystal – 30.000 tropas estadounidenses más – y los pacifistas obtuvieron un discurso tranquilizador. Vaya negocio, dicen los halcones.

Pero es un gran negocio. Las palabras importan porque la voluntad importa. El éxito en la guerra depende de tres cosas: unos soldados valientes y altamente cualificados, como las fuerzas armadas estadounidenses en 2009, la mejor contrainsurgencia de la historia; mandos militares curtidos en batalla como los Generales David Petraeus y McChrystal, airosos del éxito del incremento en Irak; y la voluntad de triunfar personificada en el comandante en jefe.

Ahí está el problema. Y es por ese motivo que en momentos tan cruciales, los presidentes no dan a conocer una memoria. Pronuncian un discurso. Ello proporciona tono y textura. Permite dar un aire de propósito y sentimiento a sus políticas. Esto se adornó con evasivas, advertencias y una enorme rampa de salida.

Nadie esperaba que Obama pronunciara un discurso digno de Enrique V o de Churchill. Sin embargo, Obama ni siquiera llegó a George W. Bush, quien, en un extremo infinitamente alejado en términos de poder y popularidad, con la oposición de los círculos políticos y de política exterior y abordando un esfuerzo bélico en situación mucho más desesperada, anunció su incremento – Irak 2007 – con rechazo expreso a la retirada de efectivos o la retirada sobre el terreno. Su inexorabilidad fue ampliamente criticada a nivel nacional como obcecación, pero fue escuchada claramente en Irak por aquellos que combatían por y contra nosotros como inquebrantable - y saludable - determinación.

El discurso del incremento de Obama no fue el de un comandante en jefe, sino el de un político, dirimiendo al milímetro las diferencias. Dos mensajes para dos audiencias. Aplaca a la derecha – tenéis las tropas; aplaca a la izquierda – estamos camino de la salida.

Y aparte del compromiso personal de Obama queda la cuestión de su capacidad como líder en tiempos de guerra. Si se siente obligado a tranquilizar a sus filas izquierdistas con una fecha de salida hoy – mientras sigue siendo personalmente popular, con considerables mayorías en ambas cámaras del Congreso y antes incluso de iniciar el incremento -- ¿cómo va a enfrentar a la izquierda cuando las cosas se pongan difíciles y las bajas se amontonen, y tenga que elegir realmente entre el apoyo de su partido y el éxito en el campo de batalla?

A pesar de mis dudas personales en torno a la probabilidad del éxito a largo plazo contra las insurgencias talibanes tanto en Afganistán como en las regiones fronterizas de Pakistán, tengo una confianza ciega en que Petraeus y McChrystal no recomendarían una estrategia que fuera cara en términos de vidas sin tener un firme convencimiento en la posibilidad de éxito.

Daría por tanto un voto de confianza a su juicio y apoyaría la política de su recomendación. Pero el destino de esta guerra no sólo depende de ellos. Depende del presidente. No podemos ganar sin un comandante en jefe comprometido con el éxito. Y este comandante en jefe defendió su fecha de salida (frente a la falacia de la construcción de la identidad nacional “sin límite definido”) así: “porque la nación que más me interesa construir es la nuestra“.

Notable. Ir a pelear, dice a sus cadetes – algunos de los cuales pueden no volver con vida --pero podría tener que limitar vuestra misión porque mis verdaderas prioridades son nacionales.

¿Ha habido alguna vez una llamada a las armas más desalentadora, un toque de corneta más incierto?

© 2009, The Washington Post Writers Group

No hay comentarios: