Darío Acevedo Carmona
Blog Ventana Abierta, Medellín
Febrero 12 de 2010
El voto es el botín más preciado por los políticos en coyunturas electorales. Los políticos tratan de seducir al electorado para ganar su respaldo. Hay muchos métodos y formas de acercarse a las gentes, pero, en nuestro país, quizás también en muchos otros, la conquista de los votos está mediada por acciones que desdibujan la competencia democrática. El dinero, la demagogia promesera, los regalos en especie, cuando no el chantaje o la coacción y la violencia son usadas a granel y de forma casi generalizada. Sobresale por quedar en planos secundarios la exposición de ideas y de planteamientos programáticos.
Con dinero que circula a torrentes por algunas campañas se pagan altas sumas a los líderes naturales para que estos convenzan a sus vecinos o asociados a votar por el candidato en cuestión. En esta transacción no importa para nada el partido, la tendencia ni las propuestas del candidato.
Las promesas incluyen desde empleos, becas, apoyo a equipos y acciones comunales en dinero, construcción de edificaciones, servicios que presta el estado: luz, agua, vías. En esta práctica el candidato abusa de la buena fe de las gentes humildes, da palmaditas en la espalda, pierde la noción del alcance del poder que va a tener.
Los regalos en especie son muy atractivos, sobre todo si son kits escolares, medicinas, mercados familiares. En apariencia no hay nada perverso en regalar cosas a las gentes, pero ello supone un doblegamiento de la conciencia y de la dignidad del ciudadano elector que ve reducida su condición de tal a la recepción de un donativo que no representa ningún mejoramiento estable. Es una de las acciones más envilecedoras pues en ella hay elementos muy claros de corte feudal como el vasallaje.
Por estos días se observa a distintos candidatos de diferentes partidos apelar a este recurso, pero me sorprendió negativamente ver que el candidato al senado –Gabriel Zapata- acompañado por el precandidato presidencial –Arias- ambos del partido Conservador, miembro de la coalición de gobierno, repartía kits escolares a multitudes provenientes de las comunas más populares de Medellín.
No faltan, aunque cada vez se presenta en menor proporción, las acciones coercitivas, a veces con violencia, para torcer la voluntad de los electores hacia determinado candidato. Resultan cuestionadas aquí las instituciones del estado encargadas de brindar las garantías para que se pueda participar libremente en el certamen electoral.
Las fiestas carnestoléndicas, con alcohol en abundancia, sancochos y tamales constituyen una acción adicional para comprometer a los electores. Hay comunidades y líderes que han aprendido a negociar con los candidatos, convierten las elecciones en evento propicio para hacer dinero, se venden al mejor postor e incluso se venden a varios.
Todas estas conductas, habituales en muchas campañas e imprescindibles para quienes aspiran a corporaciones públicas sin tener en sus cerebros alguna idea o proyecto respetable, tienen como consecuencia la profunda degradación de la política y del espíritu altruista y edificante que ella debería tener y conservar. Además, el engaño y el comercio con el voto arrasan con la dignidad de las personas. Al convertir las elecciones en una especie de mercado persa donde todo se vale, los politiqueros envilecen a la población y destruyen civilización.
Tan grave como lo anterior es que las sociedades pierden la esperanza y la fe en las instituciones de la democracia. La apatía y la desilusión de los ciudadanos frente a la política tienen su explicación en cuanto es la reacción ante una afrentosa e impune carrera de corrupción, incumplimientos y engaños. El sentido original de la política como actividad por medio de la cual los hombres definen el problema del poder a través de intercambios se desfigura sin remedio. En efecto, en política las personas dan su voto, su apoyo, su aplauso a un movimiento o candidato y de pronto a unas propuestas, pero ellas esperan a cambio, la realización de obras de beneficio común y colectivo. El político, en tanto agente de una comunidad, tiene el deber de producir leyes de contenido general, de estudiar bien los problemas de la sociedad y actuar como representante que es de una población de la cual ha recibido una investidura. Dar y recibir, cuando se da en el contexto de leyes y obras de interés colectivo es lo propio y natural de la acción política. Pero cuando ese dar y recibir se orienta a relaciones de intercambio individual, entonces sobrevienen las calamidades que hemos enunciado y que es preciso desterrar para que el ciudadano recupere su dignidad y la democracia su vigencia.
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