Editorial
El Heraldo, Barranquilla
Mayo 14 de 2009
Esa conciencia de provenir de unas comarcas llenas de una música natural que brotaba de las aguas en movimiento constante, siempre florecida por los árboles de turno, aguardaba quienes la pudieran convertir en canciones ligeras sin más pretensión que las de dejarse escuchar en un patio, en una fiesta de amigos.
Entre conversaciones y recuerdos, entre parrandas improvisadas y cartas de amor, tarde tras tarde fueron surgiendo las historias de esos hombres que habían nacido y crecido en aquellos valles y en aquellas montañas suaves.
Esas historias en versos elementales solo necesitaban un par de guitarras y si acaso otro par de instrumentos de orígenes inciertos para alegrarles el alma cuando la nostalgia los invadía.
Nadie se sorprendía de escuchar su nombre en medio de una canción cualquiera, ni su pena del alma en un estribillo. Esas canciones eran como una conversación colectiva entre los pueblos que rodeaban
Quienes de aquí iban allá y volvían, venían impregnados por aquella forma feliz de cantarle a la vida donde era fácil hacer amigos y mirar al cielo.
Poco a poco y de la voz de estudiantes y aventureros de fronteras cercanas, esas canciones y su música de cuerdas se fueron escuchando cada vez más en las ciudades de luz artificial, en las que daban su cara al mar o al río, y después en las que estaban lejos del mar y no tenían un gran río cerca.
Así, la música y las canciones, sin sonidos metálicos, que componían e interpretaban los hombres nacidos en medio de los arrullos de
Entre esos músicos y compositores aquel que llamaban Rafael Escalona fue el que más se empezó a destacar. El sonido al pronunciar su apellido ya indicaba que llevaba melodías por dentro.
Las canciones de Rafael Escalona se fueron así incorporando como parte esencial de la parte festiva y romántica de una Colombia en rápido proceso de urbanización, donde la radio, y luego la televisión, llegaban a las salas de las casas para instalarse como un miembro permanente de las familias.
De la radio a los tocadiscos, la música que se empezó a conocer como vallenata tuvo en Escalona a su más conocido compositor y fue de sus canciones como ese género trascendió, primero los límites regionales para escucharse en otras partes del país, y después las fronteras patrias.
La vida detrás de las canciones surgió después en las pantallas de televisión, entonces los colombianos se enamoraron aún más de su música, de sus amores juveniles y de sus inspiraciones. Escalona devino en el mejor sinónimo del vallenato sencillo y noble que el país hizo suyo.
Lo que vino después no termina aún. El vallenato como género musical sufrió todas las transformaciones que experimentó la evolución del país, y también las exigencias de las disqueras y el mercado.
Vinieron otros, muchos otros. Otras canciones, muchas canciones. Para entonces, sin embargo, las canciones de Escalona, como ‘La casa en el aire’, ‘El Testamento’ o ‘La custodia de Badillo’ ya estaban ungidas con el toque inmortal del que gozan las obras clásicas.
Lo que al principio eran como pequeñas quebradas de aguas puras, luego se convirtió en torrentes de ríos caudalosos. Lo que genéricamente llaman vallenato por tener sonido acordeón inundó el país entero y traspasó las fronteras.
Discusiones al margen sobre la pureza o no de la música vallenata actual con respecto a la de Rafael Escalona, es un asunto de especialistas y eruditos. El hecho cierto es que sus canciones y su nombre ya quedaron inscritos para la posteridad, como símbolos y emblemas del mejor folclor de aquel mundo mítico poblado de mariposas amarillas.
Gratitud eterna para Escalona por sus aportes al patrimonio intangible de Colombia y de América Latina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario