Editorial
El Mundo, Medellín
Mayo 5 de 2009
La carrera ascendente en la que Ricardo Martinelli, empresario y político, conquistó la confianza del electorado panameño tuvo momento culminante en las elecciones del pasado domingo, que contaron con la participación del 73% de los ciudadanos. Con el 60,3% de los votos, el líder de la coalición de partidos unidos en la Alianza para el Cambio conquistó la confianza de la ciudadanía para su nombre y para los partidos en coalición, que serán mayoría en la Asamblea Legislativa. El mandato que ha recibido el empresario llegado de la provincia de Veraguas es nítido y lo obliga a cumplir con ser alternativa para los errores de un gobierno débil y encerrado por un caprichoso grupúsculo de asesores.
Facilista, como es su costumbre, la prensa internacional ha etiquetado al empresario Martinelli, que también fue funcionario en los gobiernos de Ernesto Pérez Balladares y Mireya Moscoso, como un hombre “de derecha”, marca que no aparece en sus propuestas por el cambio y la equidad. Tampoco puede decirse que la candidata oficialista o el actual gobierno representaran la línea de izquierda liderada por el presidente Chávez y los dinosaurios Castro. La batalla política en Panamá marcó la diferencia entre estilos y líderes, no entre los modelos ideológicos presentes en el debate latinoamericano.
Corría el escándalo por la financiación de las campañas oficialistas a la Presidencia, de Balbina Herrera, y la Alcaldía en Ciudad de Panamá, , de Roberto ‘Bobby’ Velásquez, cuando se divulgaron contundentes encuestas que revelaban la muy probable victoria del candidato de Alianza para el Cambio, como comentamos en estas columnas el pasado 21 de marzo, momento en el que ya aparecía con una ventaja de 14 puntos sobre la candidata oficialista. Finalmente, la victoria fue 24 puntos sobre la señora Herrera. Los oscuros hechos que rodearon la relación de DMG con miembros del gobierno del presidente Martín Torrijos son una de las múltiples causas de la pérdida de credibilidad del electorado en el grupo que giraba en torno al canciller Samuel Lewis Navarro, primo del candidato oficialista a la Vicepresidencia, Juan Carlos Navarro, pero a ellos hay que sumar otros motivos que debilitaron al gobierno.
Martín Torrijos llegó a la Presidencia de Panamá antecedido por el aura de su padre, el general Omar, a quien el mundo reconoció como “Hombre Fuerte” de su país, no sólo porque ostentó el mando revolucionario, que no la Presidencia, entre 1969 y su muerte accidental en 1981. Su dirección sin debate y su capacidad de negociar lo hicieron discutido pero acatado jefe. Guardadas las proporciones, era un hombre de la talla de mandatarios incontrovertibles, como los presidentes Uribe de Colombia; Chávez de Venezuela, e incluso Correa, de Ecuador. Pero su hijo, que llegó a la Presidencia con su nombre, fue presa fácil de las redes de un grupúsculo que lo encerró y puso el gobierno al servicio de la cerrada rosca que representaba.
Valga señalar como ejemplo de las decisiones erróneas, la confusa política contra la migración de ciudadanos asiáticos, colombianos y de otros países latinoamericanos, denunciada por el doctor Omar Jaén Suárez, graduado en Geografía en las universidades de La Sorbona y Marsella; miembro del equipo negociador del Tratado Torrijos-Carter; embajador de su país, y merecedor de condecoraciones como la Legión de Honor francesa, la Gran Cruz de México y la Gran Cruz Francisco Miranda, de Venezuela, en suma, pues, uno de los intelectuales y hombres de Estado más ilustres de la Panamá de hoy. En artículo titulado “La inmigración en Panamá”, el doctor Jaén denunció “una detestable mentalidad anti extranjera” que se extendía desde el Servicio Nacional de Migración, denunciado por corrupto.
A las denuncias de corrupción débilmente controlada en el Servicio Nacional de Inteligencia y el de Migración, los panameños sumaron el creciente desempleo, la falta de equidad y la amenaza de la inseguridad, que crecieron en un gobierno que pudo disfrutar de una de las más importantes bonanzas vividas por ese país en los tiempos recientes. Todo ello terminó convirtiéndose en caldo de cultivo para que el aspirante que en 2004 apenas alcanzó el 5,03% del los votos –mientras Torrijos conquistó el 47,3%- ganara popularidad y abriera espacios para su propuesta renovadora hasta llegar a su victoria del domingo.
La histórica hermandad de Colombia y Panamá ha vivido tantos momentos de gloria como dificultades nacidas de posiciones extremistas. Y ciertamente, uno de los peores ha sido el gobierno Navarro-Torrijos, soterrada pero agresivamente anti-colombiano. Por ello saludamos con alivio la victoria del presidente Martinelli, con la esperanza de que sea posible que de nuevo ambas naciones trabajen mancomunadamente en la amplia agenda de temas que nos comprometen y que deben conducir al desarrollo de iniciativas comunes de alto beneficio para las poblaciones a ambos lados de la frontera, principalmente las relacionadas con el Plan Puebla Panamá y la culminación de la Carretera Panamericana, una obra útil tan útil a ese país como a Sudamérica y a la que sólo le han faltado claridad y decisión política en el Istmo. En el largo trecho por recorrer esperamos tener motivos de sobra para el diálogo y el encuentro con el gobierno que el pueblo panameño ha proclamado de manera indudable y ojalá para bien de ese querido pueblo que afinca sus raíces en la nación colombiana.
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