sábado, 16 de mayo de 2009

Perdonen, más de lo mismo

Por Plinio Apuleyo Mendoza

El Tiempo, Bogotá

Mayo 15 de 2009

 

A la hora de insistir en ciertos temas, mi propia mujer me considera chiflado. También, mis amigos periodistas. Chiflado u obsesivo. No entienden por qué tanto empeño en demostrar la inocencia de personajes que son vistos como culpables por la Fiscalía, la Procuraduría y los medios de comunicación.

 

Hablé en mi columna pasada de uno de ellos, el coronel Plazas Vega, y ahora quiero hacerlo de Jorge Noguera. Me gustaría tratar un tema más divertido. Pero nada que hacer, es para mí un problema de conciencia.

 

A propósito de Noguera, Enrique Santos escribió que no había dudas de las conexiones de aquel con las Autodefensas de la Costa. Y cuando yo intentaba convencerlo de que dudas al respecto las había, y eran grandes, estalló en la prensa la noticia de que el fiscal, Mario Iguarán, mantenía contra Noguera el cargo de homicidio agravado de cuatro sindicalistas o líderes de izquierda.

 

No es una imputación nueva. Se le había hecho en febrero del 2008 y la Fiscalía, en ese momento, no encontró mérito ni indicio alguno de que Noguera tuviera responsabilidad en estos asesinatos. Hoy, el fiscal Iguarán no tiene más bases para revivirlo que las antes desestimadas acusaciones de Rafael García.


Todas las inculpaciones contra Noguera corren por cuenta de este personaje, que él llevó al DAS para ocuparse de su estructura informática, y que más tarde, con ejemplar rigor, hizo detener y condenar cuando descubrió que a cambio de dinero borraba el pasado judicial de delincuentes.

 

Condenado a 27 años de cárcel, que se redujeron a 18 cuando se sometió a la sentencia anticipada, García descubrió que podía vengarse de Noguera y rebajar aún más su pena lanzando contra él toda suerte de acusaciones, vistas por los buitres de las redacciones judiciales de nuestras revistas como apetitosas primicias.

 

Si esos periodistas hubiesen investigado tales cargos, habrían descubierto un enjambre de declaraciones frágiles y contradictorias. Por ejemplo: para dar validez a sus 'revelaciones', García se declaró comprometido con las Autodefensas. Falso: 'Jorge 40' y Hernán Giraldo Serna jamás lo conocieron, y así lo declararon.

 

García afirmó después que Noguera tenía que ver con el asesinato del fiscal venezolano Danilo Anderson. Falso también: lo demostró una periodista de ese país al revelar que eran mentiras sustentadas por otro mitómano, Giovanni Vásquez. Delincuentes que pagaron a García sus servicios, como Nodier Giraldo, negaron que el jefe del DAS hubiese tenido algún contacto con ellos. No lo conocían. Y, finalmente, Martha Leal, subdirectora de Análisis del DAS, señalada por García como la persona que le había hecho llegar el listado de sindicalistas destinado luego a las autodefensas, declaró textualmente: "Creo que el señor García me utilizó bajo el supuesto de que yo podía avalar su información con el ánimo de perjudicar al anterior director del DAS".

 

¿Cómo puede, entonces, el fiscal Iguarán resucitar dicho cargo, cuando ya la versión de García había sido desestimada y los autores intelectuales y materiales del asesinato de Alfredo Correa de Andreis, Zully Codina, Fernando Piscioti y Adán Pacheco estaban identificados y condenados?

 

De por sí, la sola prueba testimonial es endeble para sustentar una inculpación. Lo saben de sobra los penalistas. Pero si además todos los cargos provienen de un personaje como García, cuyos infundios han quedado varias veces descubiertos y sustentados sólo por un propósito de venganza y por el deseo de lograr (como lo logró) beneficios penales, no es moral ni judicialmente posible que fiscales y jueces, buscando exhibir rigor ante los medios, conviertan en homicida a un inocente, como Jorge Noguera, detenido y calumniado sin piedad. ¡Ojo, señor Procurador!

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