viernes, 23 de octubre de 2009

El columnista y su periódico

Álvaro Valencia Tovar

El Tiempo, Bogota

Octubre 23 de 2009


Pienso que el escritor invitado por un periódico a colaborar con una columna de opinión establece con la entidad una relación ética no escrita, pero ceñida a patrones de mutuo respeto, lealtad y franqueza dentro de los preceptos de libertad de palabra propios de la democracia republicana. Cuando diarios de reconocido prestigio invitan a un cultor de las bellas letras a escribir una columna permanente, le están concediendo un privilegio y demostrando una amplia confianza en su sindéresis y prudencia que en nada restringen su libertad de expresión. Libertad que el escritor mismo es quien debe manejar inteligentemente evitando conflictos cuando su pensamiento difiera de la línea editorial trazada por el órgano informativo.

La experiencia personal del autor de Clepsidra en los casi 45 años de colaboración con EL TIEMPO le ha permitido apreciar la amplitud, la libertad, la consideración que le han facilitado expresar sin restricción alguna su pensamiento, no pocas veces diferente del que aparece en el editorial del periódico. Jamás se han rectificado mis opiniones, ni estas han dado lugar a controversias. Mucho menos se me ha pedido suprimir o modificar criterios. Si alguna vez se me hubiera "colgado" un escrito (suprimido), habría sido el último.

Lo que en ningún caso debe ocurrir, es que un columnista la emprenda con frases ofensivas o descalificatorias contra el periódico por divergencias de criterio con las políticas de sus directivas. Aquí es donde la ética no escrita adquiere su máximo sentido. La divergencia, cualquiera sea su profundidad, no debe alcanzar dimensiones de diatriba ni perfiles ofensivos contra el buen nombre, el prestigio ni el ser mismo del diario, formado en muchos años de labor, que lo presentan en lugar cimero del periodismo latinoamericano con reconocimiento universal. Si se cree tener la razón, no se debe injuriar para manifestarlo.

Artículos homofóbicos y retardatarios. La distinguida columnista de EL TIEMPO Florence Thomas, por cierto vecina de Clepsidra, en página de opinión de este periódico incluye graciosamente en el calificativo del anterior subtítulo un artículo mío acogido en los diarios de provincia suscriptores de Colprensa. Para respaldar su aserto, toma fuera de contexto una frase del dicho artículo para incluirla en su denominación genérica de "perlas homofóbicas". Simpático el asunto. Ocurrido hace algún tiempo, lo hallé tan fuera de lugar que no estimé del caso tomarlo en cuenta. Volvió a mi memoria con la noticia de que el Instituto de Bienestar Familiar negó autorización de matrimonio a una pareja de damas, una de las cuales aportaría a la boda una niñita de 2 años, fruto de anterior unión con un varón.

No soy dado a fobias ni odios. No los tengo hacia los homosexuales y lesbianas. En el artículo de Colprensa sostuve que se les deben otorgar los mismos derechos reconocidos por la Constitución y las leyes a todos los colombianos. Otra cosa es la legalización por matrimonio civil o eclesiástico a uniones de pareja; del mismo sexo. Mucho menos a la adopción de niños que la Providencia o la naturaleza -según personales creencias- no permiten obtener por procreación, fin supremo del amor y la sexualidad.

Quizá afectó la sensibilidad "homofílica" de doña Florence -suena como feo el antónimo inventado por no existir en castellano- el haber considerado el homosexualismo como anomalía.

Desdichadamente lo es, según el Diccionario de la Real Academia: "Malformación o alteración biológica congénita o adquirida". Definición resultante en este caso de las diferencias entre hombres y mujeres. No entiendo cómo se puede demandar casamiento entre dos seres declaradamente anómalos.
Lo realmente trascendental es la adopción. Padre y madre son complementarios en la formación de los hijos. Me pregunto, entre otras cosas, qué sentirán los párvulos ante la anomalía de tener dos papás o dos mamás. Y sus amiguitos, frutos de uniones normales.

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