John O'Brennan*
El Tiempo, Bogotá
Octubre 2 de 2009
El 2 de octubre, los votantes irlandeses acudirán a las urnas por segunda vez para decidir si aprueban el Tratado de Lisboa de la Unión Europea. En las capitales de la UE cunde el nerviosismo, a medida que se acerca el día de la votación, con el futuro de la UE en manos de un electorado imprevisible. En dos de las tres últimas ocasiones en que se ha pedido a los irlandeses que votaran sobre un tratado de la UE, han rechazado la propuesta.
Para la UE, lo que está en juego no podía ser más importante. El Tratado de Lisboa fue la avenencia acordada por los dirigentes de la UE a raíz del rechazo del Tratado Constitucional en referendos populares celebrados en Francia y en los Países Bajos en el 2005. En las negociaciones sobre el Tratado se ha derramado mucha sangre y su rechazo, por segunda vez, por los electores irlandeses dejaría a la Unión imposibilitada para ratificar y aplicar sus disposiciones, lo que propiciaría inevitablemente una parálisis en materia de formulación de políticas y un deterioro institucional.
Durante la campaña para el referendo de Irlanda ha habido un resurgimiento del conflicto entre una constelación, ya conocida, de fuerzas. En el bando del "sí" figuran todos los principales partidos políticos, los sindicatos, la comunidad empresarial y una amplia red de grupos de la sociedad civil. Su campaña ha estado mejor coordinada y ha sido más intensa que la última vez, con vistas a movilizar el máximo número de apoyos y lograr una gran participación de votantes, que, según la mayoría de los comentaristas, ayudaría al bando del "sí".
En el bando del "no" figura una coalición dispar, procedente tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda, incluidos los ultracatólicos y los marxistas recalcitrantes, que ha intentado provocar histeria sobre supuestas amenazas que van desde el servicio militar hasta la eutanasia, pasando por el aborto, pero ese bando se ha esforzado por encontrar un punto de referencia coherente y parece carecer del dinamismo y del vigor de que dio muestras la última vez.
La razón principal es la de que Irlanda ha quedado traumatizada por la desgracia económica sufrida durante el año pasado. El engreimiento de los años del Tigre Celta es un recuerdo lejano, en vista de que se trata de la peor recesión de la historia de Irlanda como Estado independiente. En el 2009, los economistas esperan que el crecimiento se contraiga hasta un ocho por ciento y que el año próximo haya otra pronunciada reducción.
El déficit presupuestario es ahora el mayor de la UE y la deuda pública se ha disparado, pues el Gobierno se ha esforzado por compensar el pronunciado descenso de los ingresos. El sistema bancario irlandés estuvo cerca del colapso total en septiembre del 2008 y sólo se salvó gracias a una garantía estatal de 400.000 millones de euros para todos los depósitos bancarios. En fecha más reciente, el Estado se hizo cargo de las responsabilidades de promotores inmobiliarios sin escrúpulos, con la creación de un "banco malo" que podría hacer cargar a los contribuyentes irlandeses con una montaña de deuda durante los próximos decenios.
La intensidad del desplome de la economía ha ayudado al Gobierno irlandés en sus esfuerzos por conseguir el voto afirmativo. El Banco Central Europeo ha facilitado un salvavidas monetario que ha aportado una liquidez muy necesaria al sistema financiero y ha ayudado al Gobierno a contener la crisis de confianza creada por el desplome bancario. Los ministros del Gobierno y los representantes de la UE citan repetidas veces el ejemplo de Islandia, al señalar lo que podría haber ocurrido a Irlanda, si hubiese estado fuera de la UE.
Así, la segunda campaña para el referendo ha hecho entrar en juego de nuevo la dimensión económica de la pertenencia de Irlanda a la UE, que estuvo en gran medida ausente del debate del 2008 sobre el Tratado. Irlanda se ha beneficiado desproporcionadamente de la generosidad de la UE durante sus 35años de pertenencia a ella, y en el 2008 siguió recibiendo una suma neta de 500 millones con cargo al presupuesto de la UE. Cuando se recuerda a los votantes el posible costo catastrófico de quedar excluidos, y no ya sólo de la zona del Mercado Único, sino también de las estructuras de adopción de decisiones del Consejo de Ministros y del Banco Central Europeo, resulta claro lo que está en juego en el referendo.
Además, el Gobierno irlandés ha obtenido garantías jurídicas de sus socios de la UE sobre las cuestiones que más preocupan a quienes votaron negativamente o se abstuvieron en el primer referendo. Esos compromisos manifiestan que nada hay en los tratados que vaya a afectar a las prerrogativas irlandesas sobre el aborto, la neutralidad militar y la fiscalidad. El Gobierno ha conseguido también un acuerdo a escala de la UE por el cual, en lugar de reducir el tamaño de la Comisión Europea, se permitirá a Irlanda conservar un puesto permanente en la mesa de la Comisión. Ese éxito negociador ha brindado al Gobierno considerable margen de maniobra que permite hacer una campaña más eficaz para el referendo.
Esa combinación de garantías jurídicas y circunstancias económicas diferentes está contribuyendo a movilizar a una mayoría a favor del Tratado. Las encuestas de opinión hechas en las últimas semanas indican que el bando partidario del "sí" cuenta con una fuerte mayoría del 62 por ciento, frente al 23 por ciento, mientras que los indecisos representan el 15 por ciento del electorado.
Pero el panorama dista de ser nítido. Las encuestas indican que los irlandeses son muy partidarios de la pertenencia a la UE y del proceso de integración. El problema estriba en que esas actitudes favorables varían considerablemente en intensidad y constituyen un "bloque blando" de apoyo a la UE; en el referendo del 2008, ese bloque blando se desplomó en la semana final de la campaña.
Parece claro que un segundo rechazo del Tratado de Lisboa por el electorado irlandés hundiría a la UE en una nueva crisis y amenazaría con desbaratar los considerables beneficios, en materia de legitimidad democrática y capacidad colectiva, para la adopción de decisiones que se desprenden del nuevo Tratado. Todo indica que los votantes parecen ahora dispuestos a aprobar el Tratado, pero nadie debería dar por sentados los votos irlandeses en los últimos días de la campaña.
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