Editorial
El Mundo, Medellín
Diciembre 15 de 2009
Nos llama la atención algo que pudiera estar significando que no hay tal unanimidad en la posición del continente negro.
Comenzó ayer en la capital danesa la segunda y decisiva semana de deliberaciones de
Entre tanto, como siempre sucede en esa clase de certámenes y más sobre un tema tan politizado como el del cambio climático,
En cambio, no fue tan publicitada, quizá por su carácter pacífico, la llamada “movilización religiosa por el Planeta”, que encabezaron el arzobispo sudafricano y Premio Nobel de Paz, Desmond Tutu, y el arzobispo anglicano de Canterbury, Rowan Williams, quienes concelebraron una misa ecuménica y, junto a miles de iglesias en el mundo que hicieron lo propio, lanzaron al vuelo las campanas de
Las noticias hablan de un “grupo de países africanos”, sin precisar cuáles ni cuántos participaron en el intento de boicot que, finalmente, no pasó de ser una “retirada táctica” para hacerse notar en su alegación de que a los países desarrollados les “falta compromiso” con el tema de la reducción de gases de efecto invernadero. Lo que se anticipó antes de la cumbre es que África llegaría allí, integrada al bloque G-77 más China, uno de cuyos negociadores, Lumumba Di-Aping, acusó ayer de parcialidad a la presidencia danesa de la cumbre, “volcada, según dijo, en defensa de las naciones más industrializadas, que buscan diluir su obligación inmediata de acordar reducciones adicionales de CO2 a partir de 2012, cuando expira el Protocolo de Kioto, y fijar fondos de ayuda a los estados pobres, apostando por compromisos más difusos para 2050, cuando ninguno de los firmantes tendrá que rendir cuentas sobre su cumplimiento”.
En la rueda de prensa, suscitada a raíz del escándalo de los africanos, se presentó como presidente del grupo el argelino Kamel Djemouai, declarando que “si aceptamos esta situación, firmaremos la muerte de Kioto, el único documento legalmente vinculante que existe. El próximo tratado deberá ser ratificado y hasta que entre en vigor pasarán más de los siete años que se tardaron con Kioto”. Nos llama la atención algo que pudiera estar significando que no hay tal unanimidad en la posición del continente negro, cuyos dirigentes, según la revista Africa Renewal, publicada por el Departamento de Información Pública de Naciones Unidas, venían haciendo esfuerzos desde octubre pasado para llegar con una posición unificada a Copenhague y quien figuraba entonces como líder y vocero del grupo era el Primer Ministro etíope Meles Zenawi. Éste había dicho, el pasado 17 de noviembre, en declaraciones posteriores a la reunión del Comité de Jefes de Estado y de Gobierno sobre el Cambio Climático, que “África utilizará sus votos en Copenhague para deslegitimar cualquier acuerdo que no sea consistente con nuestras demandas mínimas” e incluso dijo que abandonarían “cualquier negociación que amenace con violar de nuevo a nuestro continente”.
Sea de ello lo que fuere, la posición africana y, en general, de los llamados países en desarrollo, se basa en el hecho de que es cada vez más claro que el fenómeno del calentamiento está avanzado y posiblemente a un ritmo superior al que inicialmente había despertado tantos temores del mundo. El problema es el discurso demagógico que se construye a partir de una realidad, como es que el gran avance del contenido de CO2 en la atmósfera se debe al pasado industrial de las naciones avanzadas, que por ser responsables de más del 95% de los gases de efecto invernadero, tendrían que pagar los ‘pecados’ de sus antepasados. Es una tesis muy sólida argumentalmente, pero el hecho concreto es que, sea como fuere, esos países poderosos, aun cuando dispongan de enormes recursos, no van a aceptar cargar ellos solos con la culpa, mientras el resto del mundo los ve hacer esos inmensos esfuerzos. Esa es una utopía que hace que la posibilidad de llegar a un acuerdo en Copenhague sea cada vez más remota. Creemos, finalmente, que esas cumbres estarán condenadas al fracaso mientras no haya el ánimo de buscar el mejor de los mundos posibles y no los utópicos mundos absolutamente justicieros e idealmente deseables.
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